La noche no era fría, pero tampoco hacía calor. Era la
temperatura que Faith solía calificar como “grado incómodo” porque te dejaba
entre helada y sudando. Había un par de nubes en el cielo, pero las estrellas
eran inexistentes en esa parte del mundo. Suponía que seguían en el cielo,
brillando imperturbables a pesar de todo, pero desde el pequeño barrio de
Boston en el que ella vivía, por las noches sólo se veía un cielo negro y la
luna cuando las nubes no decían robarles a los transeúntes hasta eso.
En su camino a la farmacia no se topó con nadie. No
había personas y tampoco coches. Estaba todo tan silencioso que hasta podía
llevar a su mini perro suelto sin ninguna preocupación, pero tenía la extraña
sensación de que alguien la estaba mirando. Ese sentimiento que da a veces sin
motivo o porque de hecho hay alguien que te está observando pero a quien tú no
ves. Llegó al establecimiento sin problemas, se conocía el camino de memoria.
Compró lo que necesitaba y cuando salió de nuevo de la farmacia el perro la
esperaba con tranquilidad y la temperatura incómoda se mantenía.
Echó a andar, esta vez con el perro sujeto con la
correa y tenía la esperanza de que la sensación de que alguien la observaba se
pasara, pero en lugar de eso se incrementó. Minutos después oyó unos pasos tras
ella. Los primeros pasos que se oían en toda la noche. “Al menos no es un
coche” pensó mientras un miedo irracional comenzaba a apoderarse de ella poco a
poco. Estiró su espalda en un vano intento de parecer más alta y quizás más
dura de lo que era y siguió caminando, intentando parecer imperturbable. Pero a
los primeros pasos que había oído se unieron más y pronto, un par de chicos
aparecieron ante ella, sonriendo de una manera que Faith nunca había visto en
la cara de ninguna otra persona. Era una sonrisa que no reflejaba ni la más
mínima felicidad. Era una sonrisa extraña, casi podrida. Le daba ganas de
echarse a llorar sin motivo aparente.
Intentó evitar a todos los chicos que tenían esa
sonrisa y se dirigían a ella. Se desvió del camino a su casa con la esperanza
de librarse de ellos, pero parecían ser más cada vez. No se fijaba demasiado en
sus caras, sólo en sus perversas sonrisas. Sin embargo, ellos parecían estar
llevándola exactamente donde querían: Un callejón. Un callejón en medio de una
noche sin luna. Faith intentaba no mirar atrás bajo ningún concepto, negarse de
ese modo a sí misma que algo terrible se estaba cerniendo sobre ella, pero el
muro de hormigón que cerraba el callejón la hizo retroceder enfrentarse a lo
que la acechaba en la oscuridad. Se encontró de frente con las caras de cinco
chicos, algunos de su edad, otros algo más mayores, todos con esa sonrisa
asquerosa que la hacía temblar incontrolablemente. El perro ladraba
incontrolado con el rabo entre las piernas hasta que uno de los más altos le
dio una patada lanzándolo a una esquina.
-¡Eh!- Le gritó al chico que a sus ojos parecía más un
monstruo que una persona.
Por un momento, la ira había superado el miedo, pero
cuando el chico se giró hacia ella, las tornas volvieron a cambiar. Le dirigió
una mirada que no supo interpretar, pero era todavía peor que esas sonrisas que
él y sus compañeros lucían tan orgullosamente. ¿A la luz del día serían igual
de aterradores? Faith no lo sabía y tampoco quería descubrirlo, pero lo que si
quería era volver a ver la luz del día. Se acercaron a ella, hablando entre
ellos, aunque Faith no los escuchaba. Su cerebro era una neblina extraña que
solo percibía los movimientos espasmódicos de su cuerpo. Retrocedió hasta
encontrarse con el muro que tantos dolores de cabeza le había dado en tan poco
tiempo y se escurrió por él hasta quedar sentada en el frio pavimento, abrazada
a sus rodillas, mirándolos mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
Se abalanzaban a ella como enormes sombras. Espectros
salidos de una película de terror que llevaban sus fibrosas manos a sus
braguetas mientras Faith no podía parar de temblar. Su perro ya no ladraba, no
se movía. Faith rezaba, por ella y por el animal, para que todo acabara…El
mismo que había pateado al pobre cachorro, la cogió por la barbilla, casi con
ternura, y la obligó a mirarle.
- Shh…-susurró el extraño haciendo que su putrefacto
aliento alcohólico golpease a la chica en la cara como una bofetada. Se llevó
la mano a los pantalones y…
- ¡No! ¡Por favor, te lo suplico! ¡NO!- Gritó Faith
entre gimoteos, pero lo único que consiguió fue una bofetada real que dolió más
que su aliento.
Él usó la fuerza para que el ovillo que era ella se
deshiciera. La agarró de las caderas y la tendió en el suelo, golpeándole la
espalda y la cabeza contra el suelo. Faith temblaba de arriba abajo,
incontrolablemente, y luchaba por mantener las piernas juntas a pesar de los
esfuerzos del extraño, que a la mínima resistencia le regalaba otro golpe al
rostro ya rojo de la chica. Ella se llevó las manos a la cara, llorando a
lágrima viva. Por la vergüenza. Por el dolor. Por lo que dirían sus padres…Por
su pobre y frágil cachorro… Sentía el peso del extraño sobre ella y la fuerza
que hacía para arrancarle o apartarle la ropa. Sentía asco mientas oía la risa
de sus amiguitos. Prefirió no mirar lo que iba a pasar a continuación. Si no lo
veía tal vez lo sintiese menos…
Pero entonces, dejó de sentir el peso del desconocido
sobre ella, y su aliento sobre ella y la presión que ya había empezado a hacer
entre sus piernas. Todo se detuvo. Y Faith no entendía por qué. Sacó las manos
de la cara, confusa, mirando a su alrededor. Vio al que había sido su peor
pesadilla en los últimos momentos, tendido en el suelo, boca abajo, muy quieto.
Oyó los pasos de sus amigotes corriendo. ¿Qué ocurría?
Levantó la vista y vio dos figuras negras,
perfectamente recortadas a la luz que entraba en el callejón. Una de las
siluetas llevaba un bate de béisbol en la mano.