Las noches en ciertas esquinas de Boston eran
tranquilas si sabías cómo moverte, por dónde hacerlo y con quién evitar
encontrarte. Sam y Tyler sabían todo eso, sabían sobrevivir porque habían
aprendido a hacerse un sitio en cualquier lugar, y a adaptarse como el mejor.
Pero había momentos en los que se rompía la ley de su adaptación y silencio.
Había cosas que personas que habían sufrido tanto como ellos no podían soportar
ni por su propia supervivencia. Oír gritar a alguien de terror en una noche
especialmente oscura era una de esas cosas. Sobre todo si la persona que
gritaba era una chica.
Una mirada bastó para que los dos amigos comprendieran
lo que el otro estaba pensando. Tyler no hablaba mucho y Sam no callaba cuando
sabía que no debía hacerlo, pero en ese caso, el silencio rasgado sólo por eso
que les había llamado la atención bastó para que los dos reaccionaran.
Silenciosamente, siguieron en la oscuridad el rastro
de sonido que los quejidos y las risas que se perdían en la noche. Eran las
migas de pan que tenían que seguir para encontrar “la casa del hijo de puta” en
este extraño cuento. Por el camino, se encargaron de provisionarse de todo
aquello que pudiera resultarles útil y acabaron armados con una tubería rota y
un bate de béisbol astillado que probablemente fuera la cosa más cara que Tyler
había tenido nunca en las manos a pesar de su estado apolillado y lleno de
manchas extrañamente húmedas. No tardaron en encontrar el callejón en el que
todo estaba pasando. Como si el destino les indicase el camino, no encontraron
a nadie en su camino hasta allí y fue lo mejor, porque su ira iba creciendo a
medida que se acercaban al foco de los sonidos que habían llamado su atención.
La estampa que se encontraron no era muy diferente a
la que ambos ya habían imaginado. Un grupo de imbéciles sobre una pobre niña
que solo parecía poder llorar y gemir de miedo mientras ellos reían a mandíbula
batiente. Un puñetazo por parte de Sam al que tenía más cerca nadie lo vio
venir, pero todavía esperaban menos que un bate surgiese de la oscuridad para
romperle la nariz y acertar en el estómago de otro de niñatos que estaban allí.
Eran lo bastante cobardes como para no envalentonarse con dos chicos como
ellos, pero lo bastante estúpidos para pensar que nadie acudiría en la ayuda de
la chica. En cuestión de segundos, no quedó nadie salvo el bravucón mayor y la
chica, demasiado ocupados en su amargo idilio como para darse ninguno cuenta de
que el resto habían salido corriendo como si les hubieran prendido fuego a sus
esmirriados culos.
Sam y Tyler se miraron de nuevo. Los ojos de ambos
chicos estaban cargados de ira y repugnancia. No conocían a la chica y sabían
que no eran un ejemplo de moralidad para nadie, pero hasta en los segmentos más
bajos de toda sociedad hay unos valores que deben ser respetados. Para Sam,
esos valores, por nimios que sean, son los que definen la persona que eres y
serás, son a lo que debes aferrarte. Considerarlos tu biblia. Y los valores de
los dos amigos decían que nadie que se aprovechara de alguien más débil que
además estaba en minoría merecía ningún respeto o misericordia por su parte.
De nuevo, no hizo falta más. A pesar de las ganas que
tenía Sam de liarse a golpes con el desgraciado de los pantalones por las
rodillas, fue Tyler el que certeramente le dio un golpe seco en la cabeza con
la fortuna para el tipo de que estaba lo suficientemente colocado y borracho
como para caer inconsciente sin demasiada ayuda externa. El pequeño granito de
Sam fue apartar el cuerpo inútil con un pie y ambos se alejaron para dejar
espacio a Faith que tardó unos momentos en reaccionar. Sam miró a Tyler de
nuevo y luego a la chica. Su amigo mantenía su mirada penetrante, la habitual
en su silencio y ella parecía seguir teniendo un motivo para temblar porque no
había parado ni un momento de hacerlo. Sam se acercó sin sonreír. Ahora que la
parte de la acción había pasado tocaba consolar a la víctima y para eso tenía
que sacar su encanto, pero no era oportuno ni apropiado sonreír en un momento
así y menos después de oír las carcajadas de las ratas que habían intentado
aprovecharse de la pobre chica.
- ¿Estás bien?- preguntó Sam una vez se hubo acercado
a la chica. Ella se abrazó más a sí misma pero no contestó. Fue entonces cuando
Sam sonrió pero de una manera fugaz.- Me llamo Sam, y mi amigo el silencioso
bateador es Tyler- los presentó sabiendo que Tyler inclinaría la cabeza al
escuchar su nombre pero no dejaría de mirarla en silencio.
- Faith- dijo ella a modo presentación aflojando
ligeramente el nudo que se había hecho a sí misma con los brazos. Se colocó la
ropa como si pretendiera recuperar con ello una dignidad que en realidad no
había perdido. Entonces Sam sonrió de verdad, le hacía gracia.
Un sonido débil procedente de una esquina hizo que las
presentaciones se interrumpieran. Hasta Tyler se giró por lo lastimero de
ruido. Faith se abalanzó sobre la esquina y cogió en brazos a un cachorro que
gimoteaba. Lo acunó en brazos como si se tratara de un bebé, para
tranquilizarlo, bajo la atenta mirada de Sam y Tyler que se quedaron inmóviles
mientras la chica intentaba averiguar como de mal estaba el perro.
- Yo…eh…debo irme-dijo Faith sin más y se encaminó
hacia la salida del callejón. Al llegar a la luz de la calle se paró unos
momentos. Sam y Tyler simplemente la miraban sin comprender- Gracias…-dijo casi
en un susurro antes de desaparecer por la calle de la izquierda.
- Que chica más rara ¿no crees?- le dijo Sam a Tyler
cuando los pasos de Faith ya se habían perdido en la noche- Llegamos, le
salvamos la vida y ¡se larga con el perro en brazos sin más!- dijo caminando
con su amigo para salir del callejón.
- Esperabas que se deshiciera en agradecimientos, te
colgase una medalla y te proclamase el príncipe de su reino, ¿no?- preguntó
Tyler, que para no hablar a penas, cuando lo hacía a veces se cargaba de
sarcasmo.
Caminaron sin volver a tocar el tema. Pero ambos se
habían dado cuenta de lo que significaba el nombre de la chica…fe.