Anita asiente con la cabeza, mientras sorbe el té que la princesa le ha servido en una tacita de barro. Está pensativa, porque la historia de Gobind Kaur no la deja indiferente. Está viendo a una mujer que ha pagado muy caro el precio de su libertad. Y ella...¿tendrá algún día que renunciar a todo para ser libre? ¿Durará eternamente el idilio con el rajá? ¿Será aceptada algún día por todos o seguirá siendo una intrusa? Siempre termina haciéndose la misma pregunta, la de su amigo el pintor Anselmo Nieto le hizo en Paris: "¿Le quieres de verdad?". "Sí, claro que le quiero", se contesta a si misma. Se lo confirma el hecho de que cuando días atrás su marido tropezó con los estribos y se cayó al suelo, se llevó un susto de muerte pensando que le había pasado algo malo. No fue nada, pero la angustia que sintió era amor, se dice para sus adentros. Mientras contempla cómo el astro solar se hunde en los campos de colza coronados por el aura de una bruma azulada, por un instante otra pregunta cruza por su cabeza: "¿Y si algún día me enamoro perdidamente de otro hombre, como le pasó a Gobind Kaur?" Prefiere no responderla y enseguida la aparta de su mente, como obedeciendo a un reflejo de defensa propia, sin querer pensar a qué extremos la llevaría tal eventualidad. Además, la respuesta la obligaría a plantearse una nueva pregunta: "¿Acaso me he enamorado alguna vez?" Una cosa es querer al rajá y otra haberse enamorado de él. Y sabe que en su caso no ha habido flechazo. Nunca ha conocido ese enamoramiento capaz de sacudir los cimientos de la persona, ese sentimiento de locura que tan bien describe el cante jondo...¿Se puede vivir una vida entera sin ser triturado por el amor, aunque sólo sea una vez? ¿Sin dejarse arrastrar por el arrebato?
Páginas 210 y 211