Es extraño como las conversaciones que más acaban calando en uno son las que aparecen cuando menos te lo esperas. Puedes tenerlas contigo mismo en la ducha o con una persona que acabas de conocer en el primer momento que la ves. Quizás esa persona no te importe un carajo y tú le importes lo mismo o menos a ella, pero vais a hacer mella el uno en el otro por esa simple conversación que parece no significar nada y que para alguno o para los dos puede significarlo todo.
No es realmente importante quién hizo la pregunta o quién empezó la conversación aquel día. Ni siquiera que día era porque no era ninguna fecha destacable. Pero era de noche y hacía un frio húmedo de estos que calan los huesos hasta las entrañas. Sin embargo, las vistas eran increíbles, un mar de luces naranjas, lejano y casi inalcanzable, pero tan familiar que resultaba extraño que de repente pareciese tan bonito.
- ¿Por qué le quieres?- Me preguntó sin que en el contexto de la conversación esa pregunta fuese especialmente resultona.
La miré durante unos segundos mientras pensaba. No puedo decir que fue lo primero que me vino a la mente porque no fue nada en absoluto. ¿Por qué le quiero? Se me antojaba la pregunta más dificil que me habían hecho jamás. La única respuesta que ofrecía mi confuso cerebro en un lunes frio era que no tengo ni idea.
Sabía que no es una persona perfecta, pero de algún modo es perfecto para mí. Es cabezón, impulsivo y al mismo tiempo indeciso hasta la neura. Se abstrae en cualquier parte y cuando le dan un tema que le interesa no lo suelta hasta que lo resuelve. Pero...Es mio. Me gustan las circunstancias en las que nos conocimos, en un lugar en el que nadie suele querer pasar demasiado tiempo con la persona en la que se fija. Me gusta cómo empezó todo porque...no puedo imaginarlo mejor de otra manera, y menos si con ello la historia cambia. Me gusta que a los dos días de conocerme ya me contó algo que era importante para él. Me gusta que dónde él está siempre huele bien, aunque no siempre huele igual. Me gusta cómo camina y cómo gira la cabeza repentinamente cuando se hace el ofuscado. Me gusta su cara de concentración cuando va ganando en un videojuego y como se pone conmigo cuando yo voy perdiendo. Me gusta lo duro que es, pero odio que esté triste. Me encanta lo terriblemente encantador y dulce que es y lo niño y picón que puede llegar a ser. Adoro incluso la cara que pone cuando ve pasar a un perro.
¿Cómo podría no quererle si es la persona que más bajita me hace sentir y al mismo tiempo la que consigue que más orgullosa me sienta de mi altura? Si cuando menos me lo espero me besa en el cuello y me hace sonreir, o si cuando nos paramos en un semáforo se agacha a olerme el pelo. ¿Cómo no voy a quererle si me mira como si fuera lo más bonito que ha visto nunca? Si me abraza como si quisiera que nos fundieramos en un solo cuerpo, incluso cuando me enfado y me entra la pataleta, me agarra, me hace cosquillas y me sostiene hasta que su tranquilidad supera a mi ira. ¿Cómo no voy a quererle si, en este mundo que cada día se derrumba más, con que él sonría, para mi todo vuelve a andar bien? Si su risa de genio malvado lo arregla absolutamente todo...Si le he desnudado mi alma y aun así me quiere y ha conseguido hacerme tan feliz que lo único que falta para redondearlo es que yo le haga igualmente feliz a él...
Pero...¿Por qué le quiero? Todo parece vanal cuando te hacen esa pregunta...
- No lo sé, es así.- Contesté con una sonrisa soñadora después de lo que a mi me habían parecido meses de recuerdos y habían sido solo unos segundos.