martes, 24 de septiembre de 2013

Tommy Wallace- Wonderwall

Thomas Wallace nunca ha sido un niño corriente. Todo a su alrededor lo es menos él, como si la cigüeña que lo trajo fuese negra en vez de blanca. Como si el universo hubiese querido que él fuera la nota discordante en un mundo cuyos elementos combinaban perfectamente. Pero eso nunca le ha importado.

Su familia es muy normal. Una madre cariñosa, a veces en exceso. Un padre ocupado, al que le encanta quedarse dormido delante de la televisión. Un hermano que para algunas personas resulta gracioso y Tommy que no es cariñoso, ni está ocupado ni se preocupa por ser gracioso. La vida de la familia Wallace es fácil, normal y muy simple. Los padres trabajan y la abuela cuida de los niños, aunque con el paso del tiempo ya sólo cuida a Tommy mientras su hermano mayor se va con sus amigos a conquistar el mundo o algo así.  Sin embargo, al pequeño no le importa quedarse con su abuela. Él no tiene amigos, pero la calmada presencia de su abuela es agradable, porque no habla, sólo teje, cómo si ya supiera que a su nieto no le gusta demasiado hablar.

Tommy sólo habla con Jane, y no le ha hablado a nadie de ella. Es una niña, que está siempre mojada, sucia y algo violetácea. Para él, es la mejor compañía que nadie podía desear, es la amiga perfecta, sobre todo porque Jane no puede hablar. Tiene un corte en el cuello que no sangra pero que le impide hacerlo. Tommy habla por los dos porque entiende cada uno de los silencios de la chica. No recuerda cuando la vio por primera vez, pero sí que fue una de sus noches de escapada por el barrio. Aquella noche, cuando la linterna de Tommy la alumbró, ella parecía tan solo una sombra, pero con el paso del tiempo fue volviéndose más y más nítida. Y al mismo tiempo, más importante para el niño. Jane le había contado como la habían matado y tirado al lago cercano a donde vivía Tommy con su familia. El pequeño recordaba esa historia de cuando sus padres no paraban de hablar del tema en la cena… aunque a veces pensaba que había soñado con esa historia y que al conocer a Jane, se había dado cuenta de que había pasado de verdad. Lo cierto es que no le importaba demasiado, le gustaba Jane y también su historia de miedo.



La pareja no hacía gran cosa. Veían películas juntos. Tommy leía mientras, a su lado, Jane miraba las estrellas o las nubes. A veces, Jane cogía la mano de Tommy y dibujaba con ella, y siempre los dibujaba a ellos dos, juntos. A Tommy le hacía sonreír que ella hiciera eso. Ninguno de los dos entendía esos juegos de los niños corrientes de perseguirse o jugar a matarse o incluso darse besos los que eran más mayores. Eso les parecía asqueroso. Pero juntos eran felices, Ambos eran ese punto negro en el mantel perfectamente limpio de su comunidad, y les gustaba.

Pero todo cambió cuando Tommy conoció a Ben. Ben era nuevo en el colegio al que Tommy iba. Era un niño al que todos miraban raro porque nunca hablaba con nadie, se iba a una esquina y leía…Cuando Tommy pensaba en Ben, Jane se ponía triste y entonces el niño la abrazaba para que no llorara. Sin embargo, un día los chicos mayores encerraron a Tommy y Ben en un sitio apestoso, húmedo y oscuro y por mucho que Tommy la llamaba, Jane no podía sacarlos. Cuando al fin se rindió con la certeza de que Jane no podía hacer nada por ellos, Ben le preguntó porque siempre estaba en silencio leyendo, igual que él. “Me gusta” Dijo Tommy sin más explicaciones, pero en ese momento fue como si algo se encendiese entre ellos. La idea de que igual no estaban del todo solos en el mundo.

Cuando consiguieron salir de allí, Tommy no encontraba a Jane por ningún lado. No estaba esperándolo cuando salió, no estaba en casa, no estaba en el sitio donde solían leer…Simplemente no estaba. La buscó durante horas hasta que se le ocurrió la idea de que, tal vez, había vuelto al lago del que había salido. Llegó a allí lo más rápido que pudo y al fin la encontró. Pero en la cara de su amiga había una sonrisa apagada y una mirada triste. Tommy la miró con tristeza porque sabía que se iba a ir dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera, podía verlo en ella. Jane se acercó a su amigo y lo abrazó, dejándole un dulce beso en la mejilla y una lágrima brotando.

- Adiós- dijo ella con la voz propia de una niña. Dejo a Tommy sin respiración. Nunca la había oído hablar pero podía…había guardado silencio sólo por él. Tommy alargó la mano aunque sabía que de nada serviría, mientras ella se alejaba y, de nuevo, se hundía en el río.

El día que Jane se fue, fue el día más triste de la vida de Tommy, pero también fue el día en que se dio cuenta de que no estaba sólo y de que si la necesitaba…ella volvería con su silenciosa calma.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Samara Cox- Tainted Love

"Su brazos me rodeaban y me apretaban con fuerza hacía su cuerpo. No taba cada uno de sus músculos rozándose contra mi piel. Sonreí sin poder evitarlo. Al fin era mío. Todo y sólo mío."

Todo comenzó el día que empecé a trabajar para él. No había sido él quién me había entrevistado, pero cuando llegué allí, totalmente perdida, fue la primera persona que vi. Iba trajeado, como cada día. Era alto, moreno y robusto. Lo primero que sentí hacia el fue miedo. Ese hombre tenía la capacidad para mandarme a la calle de nuevo, por lo que debía esforzarme por mantenerlo contento. Me sonrío de una manera extraña mientras me miraba de arriba abajo y yo me sonrojaba. Qué tonta era yo entonces.

" Una de sus manos bajaba por mi espalda hasta llegar a uno de mis muslos y sus dedos se aferraron a mi con fuerza y deseo, apretándome como si buscará acercarme todavía más a él. Mis labios recorría su sudoroso cuello, impregnándome de su olor, sin que mi sonrisa desapareciera. Al fin tenía lo que tanto había esperado"

Los días en la oficina pasaron como pasan en cualquier otro empleo, salvo porque cada día él parecía presumir ante mí de todo el poder que tenía. Al principio pensaba que era sólo cosa mía, que él no se fijaba en mí...y me entristecía pensando que nunca lo haría ¿Por qué habría de hacerlo? Sólo era una secretaría más. Pero luego...empezó a coquetear conmigo. Día tras día empezó a saludarme con una sonrisa en los labios, esa tan diferente a la que dedicaba a las otras secretarias que le ponían ojitos como una manada de perras en celo. Su mano y la mía se rozaban cuando le entregaba el café o el correo. Seguro que lo hacía intencionadamente. Era tan atractivo y tenía tanto poder...

" Su otra mano se perdió entre mis piernas. Me arrancó un gemido con el primer torpe roce. Sus manos estaban frías y sudorosas y su rostro rojo y congestionado por el mínimo esfuerzo que había realizado hasta el momento. Su pecho ascendía y descendía rápidamente y podía sentir su pulso en mis labios, que todavía recorrían su cuello.  Una de mis manos se encontró con su duro miembro y comencé a masajear. Era como si la fuente de su poder estuviera ahora, literalmente, en mis manos"

No pasó mucho tiempo hasta que empecé a esperar ansiosa sus inoportunas llamadas en mi tiempo libre. Las esperaba como un niño espera el día de navidad. Su llamadas eran todas las muñecas y todas las bicicletas que no había recibido cuando era niña. Sus órdenes, simples y concisas, bastaban para doblegarme y demostrarme que me proclamaba suya. No daba órdenes tan directas a nadie más. Y al otro lado del teléfono siempre me lo imaginaba con esa sonrisa que día tras día me dedicaba, sintiendo un indómito placer cada vez que yo diligentemente obedecía. Pero mis amigos no lo entendían, decían que estaba obsesionada...qué sabrán ellos del amor.

" Mi mano hizo que se endureciera todavía más. Pero parecía incapaz de concentrarse en su placer y el mío al mismo tiempo. No me importaba. Parecía un niño crecido y vulnerable bajo los atentos pulsos que mi mano le estaba ofreciendo. Lloraba de lo que yo interpreté como placer, pero sus lágrimas no tuvieron una larga vida sobre su piel; me apresuré a secarlas con mis labios. Todo lo que saliera de él, hasta la más ínfima gota de sudor, debía ser mio"

Sin embargo, un día, meses después de haberle conocido, sus llamadas ya no eran suficientes para mí. Ni sus roces inocentes, ni esa traviesa sonrisa que sabía que era sólo mía. Quería más de él, lo quería todo. Por eso, investigué todo lo que pude. Investigué hasta que el mural que tenía reservado para mis logros se convirtió en su paseo de la fama. Lo averigüé todo de él. Lo seguí hasta descubrir nimiedades que llenaban mi mundo, como la talla de sus zapatos. Descubrí que estaba casado pero que su mujer no era lo suficientemente buena para él. Fingía quererlo pero sólo buscaba alejarlo del trabajo que él tanto amaba y de mí. "Te echo de menos" "Vayámonos de vacaciones" "Necesitas relajarte y alejarte de todo eso" Le decía la muy zorra sin tener ni idea de que yo estaba escuchando, pero yo sabía que sólo le decía esas cosas para alejarlo de mí y de mi puro y verdadero amor.

"Mientras lo tocaba, el paseaba su mano por mi espalda, de nuevo agarrándose a mi piel. Noté por primera vez su alianza contra mí. Era una dulce sensación saber que aunque aún la llevaba puesta, ya era todo mío. No podía ser de otra manera"

No tardé en tomar la determinación de que si no era mío pronto me volvería loca. Decidí pasar a la acción lo antes posible. Una noche, cuando él se quedó hasta tarde en la oficina, yo le acompañé y nos encerré a ambos en su despacho. Trabajamos durante horas, hasta que todo lo que le preocupaba estuvo solucionado y entonces...le abrí mi corazón. Tímidamente pero convencida, le conté que había visto todas esas señales que él me mandaba desde que había llegado, le conté cómo fantaseaba con él, cómo cada noche, a solas en mi cama, lo deseaba cada día un poco más. Él, tan amable, tan caballeroso, me cogió una mano con dulzura y dándole un par de vueltas y poniéndome un par de excusas de más, acabó reconociendo que lo nuestro no podía ser...porque su mujer era un obstáculo.


"Me monté sobre él al notar que pronto llegaría al orgasmo. Quería dentro de mí toda su semilla. Sentí un placer diferente a todos los que había sentido en mi vida cuando finalmente él se dejó llevar en mi interior. No era un placer normal, era el que se obtiene cuando sabes que todo lo que necesitabas en la vida es, por fin  tuyo. En ese momento olvidé el cadáver que tenía en la habitación de al lado y que había tenido que amenazarle un par de veces para que cumpliera al fin mis deseos. Pero él sabía que nunca le haría daño...así que, en verdad, que yo hubiera sacado a su mujer de en medio no había sido la causa de tan maravillosa velada. Él me quería, toda para sí. Yo lo sabía. "

jueves, 12 de septiembre de 2013

Abigail Thompson- Tragedy

"Odio este turno, parece que aún no están puestas las calles" pensó la enfermera mientras una ola de cansancio y algo de frustración la invadían. Sus pensamientos se colaron como gritos en mi cerebro indicándome que debían ser las 6. Las enfermeras de ese turno nunca tenían pensamientos agradables. En mi juventud, me había preguntado que se sentiría estando en coma o al morirse, ahora que estaba atada a una cama con cuerdas invisibles y más cerca de la muerte de la vida lo único que sentía era resquemor y cansancio. No podía apagar el único sentido que me quedaba y no dejaba de escuchar a los demás, todo eso que no querían que nadie más supiera, y sus pensamientos llegaban como alaridos a mi cabeza. Y no todo el mundo pensaba cosas interesantes y mucho menos agradables. Era repugnante escuchar como algunas enfermeras se asqueaban al tener que cambiarme o moverme ¡o incluso al alimentarme! No eran conscientes del honor que eso suponía. Aunque anciana e imposibilitada seguía sin ser yo una cualquiera. ¡Había sido una estrella! Los padres de estas desagradecidas habrían bebido los vientos por mí, escalado montañas sólo por una de mis fugaces sonrisas. Y sus madres me habrían odiado y admirado a partes iguales. Incluso en mi vejez, ¡ellas mismas habrían de temer por sus amantes de no ser por mi estado!


Hace no tanto, yo era el objetivo de todos los fotógrafos, a la que iluminaban todos los focos. La mujer más deseada y envidiada del mundo. Podía oír los pensamientos de todos esos que noche tras noche me dedicaban la mejor de sus sonrisas y por dentro me insultaban queriendo disimular, incluso para sí mismos, la envidia que sentían. Oía como mis incondicionales fans rabiaban de emoción a la mínima que les dirigía una mirada. En el estreno de una de mis obras ¡hasta hice que una mujer se desmayara con una simple sonrisa! Sabía, sin que lo supieran, los planes que tenían algunos para destronarme y los arruiné todos ¡TODOS! Yo me merecía mi puesto, me lo había ganado y esos inútiles no iban a arrebatármelo. No iban a quitarme la fama y la fortuna que yo sola había conseguido. La gente me amaba aunque ellos no pudiesen lidiar con su propia falsedad y yo me debía a mi público.


Ellos, el ganado, los envidiosos, la calaña de la que me vi obligada a rodearme, fueron los responsables de mi caída. Ellos son los que cada día recibían mi silencioso e invisible odio por haberme postrado en esta maldita cama. Cada noche, antes de dormir, y cada mañana al despertarme recuerdo con todo detalle aquella noche en la que todo mi mundo se vino abajo. Los recuerdos acuden a mi mente como si de una película clásica en blanco y negro se tratase. Esas siempre fueron las mejores, donde más brillaba, dónde los colores no distraían al público de la verdadera película. Fue la noche de mi último estreno, el día que anunciaría mi retiro y estaba ansiosa por ver como mis aduladores se deshacían en lágrimas por mi conmovedor discurso y despedida, oír en sus cabezas como les partía el corazón de la manera que sólo una auténtica diosa puede hacerlo. Pero no llegué a verlo nunca. No era una noche lluviosa, ni el chofer un pobre diablo, pero los frenos del coche fallaron por motivos desconocidos. En un túnel, la carretera estaba resbaladiza y vimos llegar nuestro fin en forma de pared oscura y sucia. Sólo que no fue mi fin. Debería haber muerto como la princesa que era, trágicamente, para hacer mi despedida más breve y, al mismo tiempo, más intensa. Pero en lugar de eso, el destino se llevó al holgazán de mi chofer y a mí me dejó tristemente postrada en una cama de hospital mientras el eco de mi nombre se iba perdiendo el tiempo como todos esos envidiosos querían.


Los primeros días yo no oía nada, no percibía nada, pero cuando mi don acudió a mí de nuevo, escuché en los pensamientos de mis cuidadores como mis fans sufrían por mi destino. Escuché en primera persona como algunos lloraban y otros parecían querer morir por mi desgracia. Pero con el tiempo, todo eso se fue apagando, hasta que las enfermeras olvidaron mi nombre. Me convertí en un despojo más, alguien sin rostro, ni nombre, ni gloria. Me transformé en cualquiera y para mí nunca hubo nada peor que ser vulgar. Tenía que haber muerto en aquel túnel, así, a pesar del tiempo, todos recordarían todavía y para siempre a la gran Abigail Thompson.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Dunya Tymoshenko- Du hast

Esa aguja cargada por el diablo parecía más grande a cada ocasión que se acercaba a mi. Las primeras veces lo había sufrido entre llantos y súplicas, pero no tardé en aprender que al Doctor le calentaban ese tipo de comportamientos. Y si pasabas del llanto a la violencia, se divertía encadenándote con artilugios de lo más variopintos que conseguían que no te movieras a no ser que quisieras abrirte las venas.

La neblina inundaba la habitación, al menos para mí, que acababa de abrir los ojos después de quién sabía cuanto tiempo. Era el mismo sótano laboratorio de otras veces. Y el Doctor llevaba la misma bata blanca que ya todos temían y en la que todos podían identificar sus manchas propias. En ocasiones me daba por pensar que aún no había suficientes manchas mías en esa bata suya. Iba a tener mucha más violencia por mi parte si era eso lo único que él me iba a ofrecer a mí. Pelearía hasta el fin si era necesario... Las herramientas que usaba en las intervenciones colgaban siniestramente de las paredes. Todo parecía oxidado y sucio, como el propio Doctor, hasta el suero que me inoculaba era de un color gris sucio. Aunque en mis pesadillas siempre era verde brillante.

Acostumbraba a decirme que era su paciente más prometedora. Yo nunca entendí por qué. Mientras que otros asumían su destino con fiel resignación, yo me las deseaba para arrancarle algún trozo a nuestro torturador y que recibiera un poco de su propia medicina. Y cuanto más crecía mi odio, más parecía alimentarse su satisfacción. Cómo lo detestaba... Me asqueaba.

Se acercó a mí, con una sonrisa asquerosa dibujada en su repugnante cara, dejando ver unos perfectamente limpios y alineados dientes. Comenzó su ritual como todas las veces anteriores. Se inclinó ligeramente sobre mí, de manera que su cara y la mía quedasen a escasos centímetros. Buscó, sin mirar, el punto donde debía pincharme con la aguja y lo hizo con una sola mano mientras la otra se apoyaba sobre mi vientre y violentamente descendía. Me gustaría decir que me entraban arcadas cada vez que hacía eso, pero no era así. Mi cuerpo reaccionaba de una manera mucho más placentera y húmeda. Me odiaba a mí misma por eso. Pero todo terminaba siempre de la misma manera, con sus dedos sumergiéndose en mí al mismo tiempo que esa sustancia que llevaba en la jeringuilla mientras yo peleaba porque de mi boca no salieran ningún tipo de sonido. Las escasas veces que no lo había conseguido, el Doctor me había cruzado la cara de un bofetón, haciendo que los grilletes desgarraran parte de mi piel, y teniendo en cuenta lo que tocaba después de las sesiones con él, no me apetecía terminar herida.  Siempre probaba conmigo sus nuevos juguetitos...otro de los motivos de mi odio.

Todo terminó sin tortazos ni desgarros pero si con una cantidad de fluidos corporales de la que no me sentía nada orgullosa. Se separó de mi ciertamente decepcionado por mi conducta tranquila,  y cuando me hayé suelta y cruzando el umbral de su puerta, un corte de manga por mi parte apareció ante sus ojos acompañado de una sonrisa pletórica de orgullo. Yo había ganado esta vez.

Me condujeron a la siguiente sala, donde siempre me llevaba, mientras empezaba a notar los efectos del suero. Notaba como mis brazos y piernas se volvían más ligeros pero seguía siendo plenamente consciente de ellos. Me notaba más ágil, a cada sesión que pasaba más. Lo veía todo con claridad. Podía oír hasta los corazones de los celadores. No sabía que era el maldito suero, pero dados sus efectos, podía llegar a ser la perdición de los responsables de las instalaciones. Yo me iba a encargar de que así fuera.


La sala de reposo, como rezaba el cartel de la puerta, era una habitación vacía. Sólo había en ella un hombre. Un tipo del tamaño de la pared de una de las celdas comunitarias que de algún modo y a base de muscularse había logrado ser más ancho que alto sin tener una gota de grasa en su cuerpo. Lo llamaban el Quebrantahuesos, y se había ganado el nombre a pulso. Me encerraron en la estancia con él como tantas otras veces antes. Yo le sonreía con cierta burla cada vez que lo veía porque ambos sabíamos que él me tendría que dar una paliza, yo me curaría, pasaría un tiempo y todo se repetiría de nuevo. Era hasta aburrido. Pero esta vez iba a ser diferente.

El Quebranta huesos se abalanzó sobre mí, como siempre, yo ya lo esperaba. Pero fue mi propio cuerpo el que me sorprendió, porque me aparté de su trayectoria inconscientemente. Lo había intentado otras veces, siempre en vano. Pero ahora...algo era distinto. Volvió hacia mí y se topo con mi puño cruzando su horrible y musculosa cara. En ocasiones normales, eso le habría hecho cosquillas, ese día lo hizo desviarse. Sin pararme a pensar en celebrar mi suerte. Empecé a dejar caer golpes sobre el verdugo del sitio tan rápido como podía y parecía incapaz de pararme. No tardé en hacerlo sangrar a base de patadas y puñetazos y pronto acabo tumbado el suelo, jadeante y agotado, apenas capaz de moverse. Yo me sentía plena. La misma situación que cuando el Doctor se sumergía en mi pero sin la culpabilidad. Eso era lo que se sentía cuando eras más fuerte que los que te subyugaban.

No tardé en darme cuenta de lo que me tocaba hacer. Salí del cuarto con facilidad pues la puerta estaba abierta. No esperaban que una niña como yo saliera por su propio pie y de la sorpresa e incertidumbre, sólo un par de celadores intentaron detenerme...pero no con demasiado éxito. Logré, de algún modo, abrir la puerta. LA puerta. La que llevaba al verdadero exterior. Y la cruce oyendo en la lejanía como ya venían a por mí. Eché a correr tan rápido como pude, sin detenerme a pesar del dolor, que brillaba por su ausencia, o el cansancio, que era escaso. Ahora sí, adoraba ese suero oxidado.

Dunya...Bienvenida a Ucrania.