Thomas
Wallace nunca ha sido un niño corriente. Todo a su alrededor lo es menos él,
como si la cigüeña que lo trajo fuese negra en vez de blanca. Como si el
universo hubiese querido que él fuera la nota discordante en un mundo cuyos
elementos combinaban perfectamente. Pero eso nunca le ha importado.
Su
familia es muy normal. Una madre cariñosa, a veces en exceso. Un padre ocupado,
al que le encanta quedarse dormido delante de la televisión. Un hermano que
para algunas personas resulta gracioso y Tommy que no es cariñoso, ni está
ocupado ni se preocupa por ser gracioso. La vida de la familia Wallace es
fácil, normal y muy simple. Los padres trabajan y la abuela cuida de los niños,
aunque con el paso del tiempo ya sólo cuida a Tommy mientras su hermano mayor
se va con sus amigos a conquistar el mundo o algo así. Sin embargo, al pequeño no le importa
quedarse con su abuela. Él no tiene amigos, pero la calmada presencia de su
abuela es agradable, porque no habla, sólo teje, cómo si ya supiera que a su
nieto no le gusta demasiado hablar.
Tommy
sólo habla con Jane, y no le ha hablado a nadie de ella. Es una niña, que está
siempre mojada, sucia y algo violetácea. Para él, es la mejor compañía que
nadie podía desear, es la amiga perfecta, sobre todo porque Jane no puede
hablar. Tiene un corte en el cuello que no sangra pero que le impide hacerlo.
Tommy habla por los dos porque entiende cada uno de los silencios de la chica.
No recuerda cuando la vio por primera vez, pero sí que fue una de sus noches de
escapada por el barrio. Aquella noche, cuando la linterna de Tommy la alumbró,
ella parecía tan solo una sombra, pero con el paso del tiempo fue volviéndose
más y más nítida. Y al mismo tiempo, más importante para el niño. Jane le había
contado como la habían matado y tirado al lago cercano a donde vivía Tommy con
su familia. El pequeño recordaba esa historia de cuando sus padres no paraban
de hablar del tema en la cena… aunque a veces pensaba que había soñado con esa
historia y que al conocer a Jane, se había dado cuenta de que había pasado de
verdad. Lo cierto es que no le importaba demasiado, le gustaba Jane y también
su historia de miedo.
La
pareja no hacía gran cosa. Veían películas juntos. Tommy leía mientras, a su
lado, Jane miraba las estrellas o las nubes. A veces, Jane cogía la mano de
Tommy y dibujaba con ella, y siempre los dibujaba a ellos dos, juntos. A Tommy
le hacía sonreír que ella hiciera eso. Ninguno de los dos entendía esos juegos
de los niños corrientes de perseguirse o jugar a matarse o incluso darse besos
los que eran más mayores. Eso les parecía asqueroso. Pero juntos eran felices,
Ambos eran ese punto negro en el mantel perfectamente limpio de su comunidad, y
les gustaba.
Pero
todo cambió cuando Tommy conoció a Ben. Ben era nuevo en el colegio al que
Tommy iba. Era un niño al que todos miraban raro porque nunca hablaba con
nadie, se iba a una esquina y leía…Cuando Tommy pensaba en Ben, Jane se ponía
triste y entonces el niño la abrazaba para que no llorara. Sin embargo, un día
los chicos mayores encerraron a Tommy y Ben en un sitio apestoso, húmedo y
oscuro y por mucho que Tommy la llamaba, Jane no podía sacarlos. Cuando al fin
se rindió con la certeza de que Jane no podía hacer nada por ellos, Ben le
preguntó porque siempre estaba en silencio leyendo, igual que él. “Me gusta”
Dijo Tommy sin más explicaciones, pero en ese momento fue como si algo se
encendiese entre ellos. La idea de que igual no estaban del todo solos en el
mundo.
Cuando
consiguieron salir de allí, Tommy no encontraba a Jane por ningún lado. No
estaba esperándolo cuando salió, no estaba en casa, no estaba en el sitio donde
solían leer…Simplemente no estaba. La buscó durante horas hasta que se le
ocurrió la idea de que, tal vez, había vuelto al lago del que había salido.
Llegó a allí lo más rápido que pudo y al fin la encontró. Pero en la cara de su
amiga había una sonrisa apagada y una mirada triste. Tommy la miró con tristeza
porque sabía que se iba a ir dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera,
podía verlo en ella. Jane se acercó a su amigo y lo abrazó, dejándole un dulce
beso en la mejilla y una lágrima brotando.
-
Adiós- dijo ella con la voz propia de una niña. Dejo a Tommy sin respiración.
Nunca la había oído hablar pero podía…había guardado silencio sólo por él.
Tommy alargó la mano aunque sabía que de nada serviría, mientras ella se
alejaba y, de nuevo, se hundía en el río.
El día
que Jane se fue, fue el día más triste de la vida de Tommy, pero también fue el
día en que se dio cuenta de que no estaba sólo y de que si la necesitaba…ella
volvería con su silenciosa calma.