miércoles, 4 de septiembre de 2013

Dunya Tymoshenko- Du hast

Esa aguja cargada por el diablo parecía más grande a cada ocasión que se acercaba a mi. Las primeras veces lo había sufrido entre llantos y súplicas, pero no tardé en aprender que al Doctor le calentaban ese tipo de comportamientos. Y si pasabas del llanto a la violencia, se divertía encadenándote con artilugios de lo más variopintos que conseguían que no te movieras a no ser que quisieras abrirte las venas.

La neblina inundaba la habitación, al menos para mí, que acababa de abrir los ojos después de quién sabía cuanto tiempo. Era el mismo sótano laboratorio de otras veces. Y el Doctor llevaba la misma bata blanca que ya todos temían y en la que todos podían identificar sus manchas propias. En ocasiones me daba por pensar que aún no había suficientes manchas mías en esa bata suya. Iba a tener mucha más violencia por mi parte si era eso lo único que él me iba a ofrecer a mí. Pelearía hasta el fin si era necesario... Las herramientas que usaba en las intervenciones colgaban siniestramente de las paredes. Todo parecía oxidado y sucio, como el propio Doctor, hasta el suero que me inoculaba era de un color gris sucio. Aunque en mis pesadillas siempre era verde brillante.

Acostumbraba a decirme que era su paciente más prometedora. Yo nunca entendí por qué. Mientras que otros asumían su destino con fiel resignación, yo me las deseaba para arrancarle algún trozo a nuestro torturador y que recibiera un poco de su propia medicina. Y cuanto más crecía mi odio, más parecía alimentarse su satisfacción. Cómo lo detestaba... Me asqueaba.

Se acercó a mí, con una sonrisa asquerosa dibujada en su repugnante cara, dejando ver unos perfectamente limpios y alineados dientes. Comenzó su ritual como todas las veces anteriores. Se inclinó ligeramente sobre mí, de manera que su cara y la mía quedasen a escasos centímetros. Buscó, sin mirar, el punto donde debía pincharme con la aguja y lo hizo con una sola mano mientras la otra se apoyaba sobre mi vientre y violentamente descendía. Me gustaría decir que me entraban arcadas cada vez que hacía eso, pero no era así. Mi cuerpo reaccionaba de una manera mucho más placentera y húmeda. Me odiaba a mí misma por eso. Pero todo terminaba siempre de la misma manera, con sus dedos sumergiéndose en mí al mismo tiempo que esa sustancia que llevaba en la jeringuilla mientras yo peleaba porque de mi boca no salieran ningún tipo de sonido. Las escasas veces que no lo había conseguido, el Doctor me había cruzado la cara de un bofetón, haciendo que los grilletes desgarraran parte de mi piel, y teniendo en cuenta lo que tocaba después de las sesiones con él, no me apetecía terminar herida.  Siempre probaba conmigo sus nuevos juguetitos...otro de los motivos de mi odio.

Todo terminó sin tortazos ni desgarros pero si con una cantidad de fluidos corporales de la que no me sentía nada orgullosa. Se separó de mi ciertamente decepcionado por mi conducta tranquila,  y cuando me hayé suelta y cruzando el umbral de su puerta, un corte de manga por mi parte apareció ante sus ojos acompañado de una sonrisa pletórica de orgullo. Yo había ganado esta vez.

Me condujeron a la siguiente sala, donde siempre me llevaba, mientras empezaba a notar los efectos del suero. Notaba como mis brazos y piernas se volvían más ligeros pero seguía siendo plenamente consciente de ellos. Me notaba más ágil, a cada sesión que pasaba más. Lo veía todo con claridad. Podía oír hasta los corazones de los celadores. No sabía que era el maldito suero, pero dados sus efectos, podía llegar a ser la perdición de los responsables de las instalaciones. Yo me iba a encargar de que así fuera.


La sala de reposo, como rezaba el cartel de la puerta, era una habitación vacía. Sólo había en ella un hombre. Un tipo del tamaño de la pared de una de las celdas comunitarias que de algún modo y a base de muscularse había logrado ser más ancho que alto sin tener una gota de grasa en su cuerpo. Lo llamaban el Quebrantahuesos, y se había ganado el nombre a pulso. Me encerraron en la estancia con él como tantas otras veces antes. Yo le sonreía con cierta burla cada vez que lo veía porque ambos sabíamos que él me tendría que dar una paliza, yo me curaría, pasaría un tiempo y todo se repetiría de nuevo. Era hasta aburrido. Pero esta vez iba a ser diferente.

El Quebranta huesos se abalanzó sobre mí, como siempre, yo ya lo esperaba. Pero fue mi propio cuerpo el que me sorprendió, porque me aparté de su trayectoria inconscientemente. Lo había intentado otras veces, siempre en vano. Pero ahora...algo era distinto. Volvió hacia mí y se topo con mi puño cruzando su horrible y musculosa cara. En ocasiones normales, eso le habría hecho cosquillas, ese día lo hizo desviarse. Sin pararme a pensar en celebrar mi suerte. Empecé a dejar caer golpes sobre el verdugo del sitio tan rápido como podía y parecía incapaz de pararme. No tardé en hacerlo sangrar a base de patadas y puñetazos y pronto acabo tumbado el suelo, jadeante y agotado, apenas capaz de moverse. Yo me sentía plena. La misma situación que cuando el Doctor se sumergía en mi pero sin la culpabilidad. Eso era lo que se sentía cuando eras más fuerte que los que te subyugaban.

No tardé en darme cuenta de lo que me tocaba hacer. Salí del cuarto con facilidad pues la puerta estaba abierta. No esperaban que una niña como yo saliera por su propio pie y de la sorpresa e incertidumbre, sólo un par de celadores intentaron detenerme...pero no con demasiado éxito. Logré, de algún modo, abrir la puerta. LA puerta. La que llevaba al verdadero exterior. Y la cruce oyendo en la lejanía como ya venían a por mí. Eché a correr tan rápido como pude, sin detenerme a pesar del dolor, que brillaba por su ausencia, o el cansancio, que era escaso. Ahora sí, adoraba ese suero oxidado.

Dunya...Bienvenida a Ucrania.

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