Cuando te das cuenta de que eres
diferente a los demás ya no hay vuelta atrás. Supongo que las
historias y películas de superhéroes no hacen hincapié en ese
punto. Cuando te aceptas tal cual eres, diferente, distinto, raro, es
un punto de no retorno en tu vida. Tu primera muerte y segundo
nacimiento. Y eso está bien. Pero muchos no lo van a entender igual
que tú no lo hacías al principio. Sin embargo, ese reconocimiento
no es el principio del fin...solo es una parte, ya que cuando
encuentras a alguien tan diferente, tan distinto y tan raro como tú,
una nueva vida comienza.
Ella no tenía todavia constancia de
nada de eso, por supuesto. ¿Cómo iba a saberlo? Ni siquiera era
consciente de lo que ella misma era. Sólo quería jugar y disfrutar
del momento, como todos los niños de su edad. Su sonrisa siempre era
radiante, sus ojos brillaban y disfrutaba cada una de las pequeñas
cosas que la rodeaban. Lo que no sabía era que el resto de la gente
no las percibía como ella pues, aunque sus ojos fuesen los más
expresivos de toda la ciudad, no podían ver nada. La niña ciega de
ojos verdes que dejaba a todos impresionados.
Su carencia nunca fue extraño para
ella. Había nacido así y como todos los inocentes pensaba que esa
era la normalidad pues era lo que conocía. La evolución en su
sabiduría la había provisto de un oído y un olfato formidables y,
al final, las imágenes que su cabeza creaba eran mucho más precisas
que la propia realidad. Acompañaba esto de una memoría y una
inteligencia que la hacían destacar todavía más dentro de lo que
ella captaba como normalidad. Pero además de todo eso, tardó unos
12 años en darse cuenta de que podía escuchar lo que los demás no
llegaban a decir.
Con la llegada de la madurez se dio
cuenta de que todo lo que ella podía hacer no entraba dentro de la
normalidad de los demás y todos los amigos que había tenido hasta
ese momento, desaparecieron como polvo en el viento al descubrir ese
secreto que ya hacía tiempo que todos sabían. Ella, por otro lado,
aprendió a disimular y a tenerse miedo a sí misma.
Todos pasamos por épocas oscuras en
nuestra vida y la suya comenzó intentando ser otra persona y terminó
cuando ya no quedaba casi nada de la que había sido. A los 20
comenzó a notar que sus dones le daban una ventaja estratégica
frente a los demás mientras que su incapacidad de ver solo era una
molestia a la que ya se había acostumbrado hacía mucho. Así
comenzó la época dorada que, como en todas las historías, no es
especialmente relevante.
No pasó mucho antes de que los
conociese. La vida había seguido...”como las cosas que no tienen
mucho sentido” y allí estaban ellos, como una anomalía de la
naturaleza. Cómo ella, pero diferentes.
Su relación era peculiar. Una pareja
de amigos a la que rara vez se veía juntos pero cuya relación era
conocida por todos y nadie la discutía. Uno nunca sabe que
acontecimiento puede ser el comienzo de una gran amistad, pero
tampoco tiene por qué saber como esa amistad va a necesitar ser
alimentada. Sin embargo, ella no tenía ninguno de esos datos. Solo
sabía que eran los únicos que la habían hecho pararse a escuchar.
Con el paso del tiempo había aprendido
a distinguir cuando oía algo porque alguien lo decia o por sus
dones. Y ellos nunca habrían la boca para comunicarse, pero no
paraban de hablar.
La primera vez que los había escuchado
fue su primer día en un nuevo trabajo. Se pasaba el día notando a
los demás, pero ellos eran como un foco de luz en medio de la
oscuridad. Ellos conversaban. Si ella hubiese podído verlos se
habría dado cuenta de que solo necesitaban una mirada para comenzar
a entenderse.
Aquel día uno de ellos estaba triste.
O quizás cansado. En cualquier caso, lo único que hizo para
demostrarlo fue respirar más profundamente de lo normal y la
conversación comenzó. Uno le contó al otro los motivos de su
cansancio y preocupación. El otro le respondió con sinceridad, con
calma. No hablaban con frases pero la comunicación era tan fluida
que resultaba super clara para ella. Las intenciones a través de las
cuales se entendían eran como música para los sentidos de ella.
Pronto, no pudo resistirse y comenzó a
rondarlos. Ellos no parecían notarlo, al principio, pero ella se
embriagaba de todo eso que ellos desprendían y a través de lo que
se comunicaban, fuese lo que fuese. Cuando finalmente se dieron
cuenta de que estaba allí, ella ya estaba preparada para reaccionar.
Se presentó como una más, hizo preguntas y contó chistes. Se
aseguró de que la impresión que dejaba era la correcta. Desde ese
momento fue más díficil volver a notarlos juntos pero seguía
oyendo como se comunicaban así que comenzó a prácticar. Día tras
día se esforzaba para conseguir emitir algo que ellos pudieran
captar. Quería abandonar su estado de silencio hacia los demás, su
hermetismo. Era cómo empujar una enorme piedra por un sendero regado
de otras piedras más pequeñas pero problemáticas, cada vez se
acercaba un poco más a su meta pero cuando parecía estar a punto de
llegar, su objetivo se escapaba de entre sus dedos una vez más.
El tiempo siguió pasando implacable y
pronto otras cosas fueron ocupando el lugar de esa maravillosa
conversación interna para ella, pero siempre volvía a esa pareja de
amigos cuando necesitaba que su cerebro volviese a creer que habia
cosas buenas en el universo. De algún modo extraño, ellos eran un
oasis de sensaciones en el desierto de ruido que era su cerebro. Y si
al principio eran un foco de curiosidad, se convirtieron en una
constante necesaria, como el café del desayuno.
Un día especialmente agotador, al
borde del llanto, ni siquiera se notaba con fuerzas para ir visitar a
la pareja de amigos. Podía oler la tormenta en el ambiente y la
gente a su alrededor estaba histérica. El ruido habitual en su
cerebro se convirtió en un zumbido agobiante que no la dejaba pensar
con claridad. Tenía ganas de gritar. De correr. De romper algo
delicado y precioso. Fue entonces cuando lo oyó. Una voz que le
hablaba de esa manera especial en la que alguien te habla cuando te
habla solo a ti. Por primera vez, alguien la había escuchado a ella.
- Todo va a ir bien- escuchó solo ella
mientras dos manos se posaban en sus hombros y de algún modo supo
que de todos los principios, quizás ese era el único que
verdaderamente importaría.