Los meses pasaron. Faith no tardó en encontrar un
nuevo sitio en el que vivir, pero pronto Sam y Tyler se unieron a ella y
comenzaron a vivir en una especie de comuna en la que ella era la madre de
todos, además de del hijo que llevaba en su vientre y que cada vez estaba más
cerca de ver el mundo. De algún modo extraño, la vida había vuelto a su cauce,
se habían adaptado a los cambios, los habían asumido y ya les gustaban. Así que
el tiempo simplemente pasaba, como debía, hasta que algo lo detuvo de manera
irremediable.
Era un día como otro cualquiera. Sam y Tyler ya no
esperaban a Faith en la pista, ella ya iba directamente con ellos. Pasaban todo
el día juntos y ella disfrutaba viéndolos jugar, animándolos como una auténtica
animadora de esas que nunca había sido. A pesar de su estado, ya avanzado,
levantaba las piernas y los vitoreaba con muchísimo entusiasmo y sin ninguna
vergüenza, sólo porque ellos sonreían al verla. Sobre todo Sam, que a cada día
que pasaba la miraba con si la descubriera de nuevo y se enamorara un poco más.
Pero a pesar de lo que ellos creían, aquel día no fue como cualquier otro.
Mientras Tyler y Sam jugaban, escuchando los continuos
ánimos de Faith, un grupo de chicos entró en la pista. Parecían un grupo
cerrado, apretados como si quisieran formar una piña o se protegieran los unos
a los otros. Parecían los típicos pandilleros de película mala y eso hizo reír
a Sam antes de que se dirigieran directamente a él. Faith no escuchó lo que le
decían a los chicos. Sabía que en situaciones como esa, en la que Sam la miraba
directamente a los ojos y asentía y Tyler se quedaba del todo mudo, era mejor
que ella no se acercase. Pero lo que vio después de que las personas que
observaba desde una distancia prudente cruzasen un par de palabras no hizo sólo
que se acercara si no que gritara de dolor como no lo había hecho nunca. Ni
siquiera el día de los chicos de sonrisa siniestra. En un segundo, que había
pasado como en una ensoñación extraña, Tyler yacía en el suelo, sangrando, y
Sam, se encaraba con todo el grupo que habían invadido la pista. Tyler no
emitía ningún sonido pero se agarraba el costado mientras la sangre brotaba a
borbotones. Sam intentaba razonar, al mismo tiempo que no bajaba la guardia,
pero los chicos parecían no querer hablar más. ¿Había un nuevo jefe en la
ciudad? Nunca había habido ninguno pero al parecer ahora iba a haberlo.
Faith corrió hacía Tyler cuando el grupo lo dejó por
perdido. Por previsión a estas cosas, la chica siempre iba algo preparada, con
vendas y alcohol. Era una imagen muy extraña verla corriendo con el vientre tan
hinchado, pero ella no lo pensó. Estaban atacando a su familia. Cuando llegó a
Tyler, empezó a presionarle la herida con fuerza para parar la hemorragia, pero
entonces pasó. Se oyó un fuerte sonido. Una especie de explosión que hizo que
Faith mirara a Sam con miedo mientras se tapaba los oídos. Lo vio mirarla
directamente y en sus ojos parecía esconderse todo el universo. Faith podía ver
lo desconcertado que estaba, su miedo, su dolor…y su amor por ella. El motivo
por el que la había buscado con la mirada mientras caía al suelo abatido, aun
antes de que la sangre comenzara a salir o su cuerpo a convulsionar. Era
consciente del final, pero lo temía y la sola imagen de ella lo tranquilizaba.
Todo eso pudo ver ella en su mirada justo antes de que el grito más desgarrador
que se había oído en Boston hiciera que todas las palomas de los alrededores
que ya se habían posado después del disparo salieran de nuevo volando
asustadas.
El alarido de Faith hizo que también el grupo de
chicos se dispersara como habían hecho las palomas y cuando Tyler fue capaz de
apretar su propia herida, la chica corrió hacia Sam, que aun respiraba pero ya
no podía hablar. La miró, con los ojos más abiertos que nunca, pero con el
mismo amor de siempre. Ella lo besó, entre lágrimas, mientras se apagaba, y lo
abrazó, notando como el niño que se llevaba dentro se revolvía, como si supiera
que acababa de pasar algo terrible. El amor de su vida tuvo su último aliento
entre sus brazos, y sus lágrimas, y su llanto…El resto fue historia.
Faith consiguió llevar a Tyler y el cuerpo de Sam
hasta el hospital más cercano. Ese mismo día, dio a luz a Elliot, el hijo de
Sam y vio en sus ojos una pequeña porción del alma de su padre. Cuando al fin
lo tuvo en brazos juró protegerlo con su vida si hacía falta. No era sólo su
hijo…era lo único que le quedaba de Sam.