No todas las historias de amor necesitan ser contadas.
Nadie necesita saber los detalles de cómo dos personas se enamoran, a veces
simplemente pasa. Tyler jamás contaría todo por lo que habían pasado Sam y
Faith antes de terminar siendo inseparables. Eran su familia, ambos se habían
ganado el puesto a pulso. Sam era su hermano, y Faith se había convertido en su
mejor amiga en poco tiempo. La chica tenía algo que hacía que Tyler pensara que
merecía la pena y que se podía confiar en ella. El chico no solía equivocarse
con esas cosas. Se habían convertido en un grupo inseparable, una familia de
esas que todo el mundo desea tener a pesar de lo poco convencional. No tardaron
en darse cuenta de que lo único que tenían en el mundo eran los unos a los
otros.
A pesar de los altos y los bajos, no había grandes
tragedias en sus vidas aunque si algunos sustos. Tyler y Sam solían meterse en
muchos líos, y a pesar de estar acostumbrados a salir de ellos por sí mismos,
Faith se convirtió en el ángel de la guarda de los chicos. Los salvaba de todo
y en muchas ocasiones les hacía tragarse su orgullo de pandilleros. Pero ella
no parecía necesitar ayuda nunca. Ellos sabían que tenía problemas pero ella
jamás pedía ayuda porque sus temas no eran físicos y sólo podía solucionarlos
ella. A pesar de todo, se presentaba día tras día con esa sonrisa que según
ella, ellos habían conseguido resucitar. Sin embargo, todo cambió el 30 de
julio.
Sam y Tyler estaban en la calle como era habitual,
jugando al baloncesto en una de las pistas públicas que había por su barrio.
Tyler acaba de marcarle un tanto a Sam cuando Faith llegó. Tyler no sabía si
Sam vería en ella lo mismo que él, pero ese día parecía un fantasma. El viento
revolvía su pelo largo y ocultaba su rostro que de algún modo parecía más rojo
que de costumbre. Algo había borrado todo rastro de esa sonrisa que ella solía
atribuirles a ellos, y cuando llegó a su altura, lo que recibieron de ella fue
una sonrisa cansada que intentaba sostenerse y una mirada hinchada por las
lágrimas. En circunstancias así, los amigos no hablaban. Sam se limitó a
abrazarla, a protegerla hasta que ella estalló, de nuevo, en llanto entre sus
brazos. Tyler los observaba, tan serio e imperturbable como siempre, aunque
algo en su interior se preguntaba que podía haber hecho llorar tanto a alguien
como Faith que había demostrado ser tan dura una y mil veces. No tardó en
enterarse.
Al final, Faith se había sincerado con sus padres. Les
había contado lo que había pasado la noche que los tres se conocieron. Les
contó como ellos ni siquiera se habían fijado en los moratones de su única
hija. Como no la habían visto ni oído llorar y gritar de angustia. Cómo luego
no habían notado que volvía a sonreír y esta vez lo hacía de verdad. Tampoco
habían notado lo que había cambiado y que por fin era feliz del todo. No sabían
que la universidad ya no le importaba nada y que lo había dejado. No habían
notado nada. Ni siquiera que llevaba tres meses embarazada. Ellos la habían
echado de casa y ella se había ido dando un portazo después de más de un año de
silencio.
Nada de lo que Faith les contó pareció sorprender a
Sam, pero Tyler no sabía que estaba embarazada, aunque ahora empezaba a
notársele. Más tarde, Sam le confesaría a su amigo que no había sido ningún
accidente, que había sido idea de la chica y que para él, ella era y sería para
siempre la única. A pesar de todo, ahora ella también estaba sola en el mundo,
salvo porque no estaba sola, nunca lo estaría, los tenía a ellos. Porque eso es
lo que significa ser familia.
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