martes, 10 de diciembre de 2013

Dunya Tymoshenko- Where did Jesus go?

Cuando terminó la época de los besos de Judas,
la locura significó estar roto.
Caricias de dinero eran su único regalo,
proxenetas con los escrúpulos desviados y las manos manchadas de jabón.
Cuando los gritos nocturnos dejaron de oírse
y se confundieron con ronroneos y suspiros.
Las lágrimas no existieron más y aparecieron la saliba, el frío y el día.
No necesitaba para aprender más que la vida
y la habían hecho más fuerte que los puños que la golpeaban.
Pero la sangre seguía corriendo y tiñéndola,
pasando de luz a desdicha, de las risas al dolor, sin distinguirlas.
Cuerpo cubierto de acero.
Tintineante como la dama muerte buscando un relevo.
Deseos de todo lo que se considera perdido, oscuro o prohibido.
Figura llamativa bajo la luna.
Tan tuya, tan mia y tan de nadie.
Indómita, libre, salvaje y sangrienta.
Dejándose ver a través de su sonrisa rota
Su mirada quebrada era la única que los veía a todos como eran:
Despojos.



lunes, 4 de noviembre de 2013

Katherina Freiheit- Angel eyes

Te lloré como sólo pueden llorarse los errores.
Te extrañé como se extrañan las cosas que nunca tuviste.
Te amé como sólo se aman las cosas prohibidas.
Y tú tejiste la tela que hace la realidad de los sueños
pero en vez de deidad, eras araña.
Fueron tus pinzas las que cortaron mis hilos...
...y resquebrajaron mis alas.
Me golpeé contra el suelo al caer de tu malla. Dolió la revelación.
Se rompieron mis huesos y mi corazón se hizo cenizas.
Pero salí de tu barranco con un pie tras el otro y la cabeza alta,
con las armas cargadas y la fe deshinchada.
Y había un mundo ahí fuera esperándome ansioso.
Los huesos se curaron y el corazón volvió a arder. Las balas volaron.
Pero la fe se fue contigo y no volvió. Pero la esperanza aguardó.
Aguardó como esperan los aciertos, como esperan los recuerdos...
hasta el momento de comenzar de nuevo con nuestra silenciosa guerra.


"Her name was Angel and she'd had a bad year"

lunes, 14 de octubre de 2013

Pasión india de Javier Moro

  Anita asiente con la cabeza, mientras sorbe el té que la princesa le ha servido en una tacita de barro. Está pensativa, porque la historia de Gobind Kaur no la deja indiferente. Está viendo a una mujer que ha pagado muy caro el precio de su libertad. Y ella...¿tendrá algún día que renunciar a todo para ser libre? ¿Durará eternamente el idilio con el rajá? ¿Será aceptada algún día por todos o seguirá siendo una intrusa? Siempre termina haciéndose la misma pregunta, la de su amigo el pintor Anselmo Nieto le hizo en Paris: "¿Le quieres de verdad?". "Sí, claro que le quiero", se contesta a si misma. Se lo confirma el hecho de que cuando días atrás su marido tropezó con los estribos y se cayó al suelo, se llevó un susto de muerte pensando que le había pasado algo malo. No fue nada, pero la angustia que sintió era amor, se dice para sus adentros. Mientras contempla cómo el astro solar se hunde en los campos de colza coronados por el aura de una bruma azulada, por un instante otra pregunta cruza por su cabeza: "¿Y si algún día me enamoro perdidamente de otro hombre, como le pasó a Gobind Kaur?" Prefiere no responderla y enseguida la aparta de su mente, como obedeciendo a un reflejo de defensa propia, sin querer pensar a qué extremos la llevaría tal eventualidad. Además, la respuesta la obligaría a plantearse una nueva pregunta: "¿Acaso me he enamorado alguna vez?" Una cosa es querer al rajá y otra haberse enamorado de él. Y sabe que en su caso no ha habido flechazo. Nunca ha conocido ese enamoramiento capaz de sacudir los cimientos de la persona, ese sentimiento de locura que tan bien describe el cante jondo...¿Se puede vivir una vida entera sin ser triturado por el amor, aunque sólo sea una vez? ¿Sin dejarse arrastrar por el arrebato?

Páginas 210 y 211 

martes, 24 de septiembre de 2013

Tommy Wallace- Wonderwall

Thomas Wallace nunca ha sido un niño corriente. Todo a su alrededor lo es menos él, como si la cigüeña que lo trajo fuese negra en vez de blanca. Como si el universo hubiese querido que él fuera la nota discordante en un mundo cuyos elementos combinaban perfectamente. Pero eso nunca le ha importado.

Su familia es muy normal. Una madre cariñosa, a veces en exceso. Un padre ocupado, al que le encanta quedarse dormido delante de la televisión. Un hermano que para algunas personas resulta gracioso y Tommy que no es cariñoso, ni está ocupado ni se preocupa por ser gracioso. La vida de la familia Wallace es fácil, normal y muy simple. Los padres trabajan y la abuela cuida de los niños, aunque con el paso del tiempo ya sólo cuida a Tommy mientras su hermano mayor se va con sus amigos a conquistar el mundo o algo así.  Sin embargo, al pequeño no le importa quedarse con su abuela. Él no tiene amigos, pero la calmada presencia de su abuela es agradable, porque no habla, sólo teje, cómo si ya supiera que a su nieto no le gusta demasiado hablar.

Tommy sólo habla con Jane, y no le ha hablado a nadie de ella. Es una niña, que está siempre mojada, sucia y algo violetácea. Para él, es la mejor compañía que nadie podía desear, es la amiga perfecta, sobre todo porque Jane no puede hablar. Tiene un corte en el cuello que no sangra pero que le impide hacerlo. Tommy habla por los dos porque entiende cada uno de los silencios de la chica. No recuerda cuando la vio por primera vez, pero sí que fue una de sus noches de escapada por el barrio. Aquella noche, cuando la linterna de Tommy la alumbró, ella parecía tan solo una sombra, pero con el paso del tiempo fue volviéndose más y más nítida. Y al mismo tiempo, más importante para el niño. Jane le había contado como la habían matado y tirado al lago cercano a donde vivía Tommy con su familia. El pequeño recordaba esa historia de cuando sus padres no paraban de hablar del tema en la cena… aunque a veces pensaba que había soñado con esa historia y que al conocer a Jane, se había dado cuenta de que había pasado de verdad. Lo cierto es que no le importaba demasiado, le gustaba Jane y también su historia de miedo.



La pareja no hacía gran cosa. Veían películas juntos. Tommy leía mientras, a su lado, Jane miraba las estrellas o las nubes. A veces, Jane cogía la mano de Tommy y dibujaba con ella, y siempre los dibujaba a ellos dos, juntos. A Tommy le hacía sonreír que ella hiciera eso. Ninguno de los dos entendía esos juegos de los niños corrientes de perseguirse o jugar a matarse o incluso darse besos los que eran más mayores. Eso les parecía asqueroso. Pero juntos eran felices, Ambos eran ese punto negro en el mantel perfectamente limpio de su comunidad, y les gustaba.

Pero todo cambió cuando Tommy conoció a Ben. Ben era nuevo en el colegio al que Tommy iba. Era un niño al que todos miraban raro porque nunca hablaba con nadie, se iba a una esquina y leía…Cuando Tommy pensaba en Ben, Jane se ponía triste y entonces el niño la abrazaba para que no llorara. Sin embargo, un día los chicos mayores encerraron a Tommy y Ben en un sitio apestoso, húmedo y oscuro y por mucho que Tommy la llamaba, Jane no podía sacarlos. Cuando al fin se rindió con la certeza de que Jane no podía hacer nada por ellos, Ben le preguntó porque siempre estaba en silencio leyendo, igual que él. “Me gusta” Dijo Tommy sin más explicaciones, pero en ese momento fue como si algo se encendiese entre ellos. La idea de que igual no estaban del todo solos en el mundo.

Cuando consiguieron salir de allí, Tommy no encontraba a Jane por ningún lado. No estaba esperándolo cuando salió, no estaba en casa, no estaba en el sitio donde solían leer…Simplemente no estaba. La buscó durante horas hasta que se le ocurrió la idea de que, tal vez, había vuelto al lago del que había salido. Llegó a allí lo más rápido que pudo y al fin la encontró. Pero en la cara de su amiga había una sonrisa apagada y una mirada triste. Tommy la miró con tristeza porque sabía que se iba a ir dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera, podía verlo en ella. Jane se acercó a su amigo y lo abrazó, dejándole un dulce beso en la mejilla y una lágrima brotando.

- Adiós- dijo ella con la voz propia de una niña. Dejo a Tommy sin respiración. Nunca la había oído hablar pero podía…había guardado silencio sólo por él. Tommy alargó la mano aunque sabía que de nada serviría, mientras ella se alejaba y, de nuevo, se hundía en el río.

El día que Jane se fue, fue el día más triste de la vida de Tommy, pero también fue el día en que se dio cuenta de que no estaba sólo y de que si la necesitaba…ella volvería con su silenciosa calma.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Samara Cox- Tainted Love

"Su brazos me rodeaban y me apretaban con fuerza hacía su cuerpo. No taba cada uno de sus músculos rozándose contra mi piel. Sonreí sin poder evitarlo. Al fin era mío. Todo y sólo mío."

Todo comenzó el día que empecé a trabajar para él. No había sido él quién me había entrevistado, pero cuando llegué allí, totalmente perdida, fue la primera persona que vi. Iba trajeado, como cada día. Era alto, moreno y robusto. Lo primero que sentí hacia el fue miedo. Ese hombre tenía la capacidad para mandarme a la calle de nuevo, por lo que debía esforzarme por mantenerlo contento. Me sonrío de una manera extraña mientras me miraba de arriba abajo y yo me sonrojaba. Qué tonta era yo entonces.

" Una de sus manos bajaba por mi espalda hasta llegar a uno de mis muslos y sus dedos se aferraron a mi con fuerza y deseo, apretándome como si buscará acercarme todavía más a él. Mis labios recorría su sudoroso cuello, impregnándome de su olor, sin que mi sonrisa desapareciera. Al fin tenía lo que tanto había esperado"

Los días en la oficina pasaron como pasan en cualquier otro empleo, salvo porque cada día él parecía presumir ante mí de todo el poder que tenía. Al principio pensaba que era sólo cosa mía, que él no se fijaba en mí...y me entristecía pensando que nunca lo haría ¿Por qué habría de hacerlo? Sólo era una secretaría más. Pero luego...empezó a coquetear conmigo. Día tras día empezó a saludarme con una sonrisa en los labios, esa tan diferente a la que dedicaba a las otras secretarias que le ponían ojitos como una manada de perras en celo. Su mano y la mía se rozaban cuando le entregaba el café o el correo. Seguro que lo hacía intencionadamente. Era tan atractivo y tenía tanto poder...

" Su otra mano se perdió entre mis piernas. Me arrancó un gemido con el primer torpe roce. Sus manos estaban frías y sudorosas y su rostro rojo y congestionado por el mínimo esfuerzo que había realizado hasta el momento. Su pecho ascendía y descendía rápidamente y podía sentir su pulso en mis labios, que todavía recorrían su cuello.  Una de mis manos se encontró con su duro miembro y comencé a masajear. Era como si la fuente de su poder estuviera ahora, literalmente, en mis manos"

No pasó mucho tiempo hasta que empecé a esperar ansiosa sus inoportunas llamadas en mi tiempo libre. Las esperaba como un niño espera el día de navidad. Su llamadas eran todas las muñecas y todas las bicicletas que no había recibido cuando era niña. Sus órdenes, simples y concisas, bastaban para doblegarme y demostrarme que me proclamaba suya. No daba órdenes tan directas a nadie más. Y al otro lado del teléfono siempre me lo imaginaba con esa sonrisa que día tras día me dedicaba, sintiendo un indómito placer cada vez que yo diligentemente obedecía. Pero mis amigos no lo entendían, decían que estaba obsesionada...qué sabrán ellos del amor.

" Mi mano hizo que se endureciera todavía más. Pero parecía incapaz de concentrarse en su placer y el mío al mismo tiempo. No me importaba. Parecía un niño crecido y vulnerable bajo los atentos pulsos que mi mano le estaba ofreciendo. Lloraba de lo que yo interpreté como placer, pero sus lágrimas no tuvieron una larga vida sobre su piel; me apresuré a secarlas con mis labios. Todo lo que saliera de él, hasta la más ínfima gota de sudor, debía ser mio"

Sin embargo, un día, meses después de haberle conocido, sus llamadas ya no eran suficientes para mí. Ni sus roces inocentes, ni esa traviesa sonrisa que sabía que era sólo mía. Quería más de él, lo quería todo. Por eso, investigué todo lo que pude. Investigué hasta que el mural que tenía reservado para mis logros se convirtió en su paseo de la fama. Lo averigüé todo de él. Lo seguí hasta descubrir nimiedades que llenaban mi mundo, como la talla de sus zapatos. Descubrí que estaba casado pero que su mujer no era lo suficientemente buena para él. Fingía quererlo pero sólo buscaba alejarlo del trabajo que él tanto amaba y de mí. "Te echo de menos" "Vayámonos de vacaciones" "Necesitas relajarte y alejarte de todo eso" Le decía la muy zorra sin tener ni idea de que yo estaba escuchando, pero yo sabía que sólo le decía esas cosas para alejarlo de mí y de mi puro y verdadero amor.

"Mientras lo tocaba, el paseaba su mano por mi espalda, de nuevo agarrándose a mi piel. Noté por primera vez su alianza contra mí. Era una dulce sensación saber que aunque aún la llevaba puesta, ya era todo mío. No podía ser de otra manera"

No tardé en tomar la determinación de que si no era mío pronto me volvería loca. Decidí pasar a la acción lo antes posible. Una noche, cuando él se quedó hasta tarde en la oficina, yo le acompañé y nos encerré a ambos en su despacho. Trabajamos durante horas, hasta que todo lo que le preocupaba estuvo solucionado y entonces...le abrí mi corazón. Tímidamente pero convencida, le conté que había visto todas esas señales que él me mandaba desde que había llegado, le conté cómo fantaseaba con él, cómo cada noche, a solas en mi cama, lo deseaba cada día un poco más. Él, tan amable, tan caballeroso, me cogió una mano con dulzura y dándole un par de vueltas y poniéndome un par de excusas de más, acabó reconociendo que lo nuestro no podía ser...porque su mujer era un obstáculo.


"Me monté sobre él al notar que pronto llegaría al orgasmo. Quería dentro de mí toda su semilla. Sentí un placer diferente a todos los que había sentido en mi vida cuando finalmente él se dejó llevar en mi interior. No era un placer normal, era el que se obtiene cuando sabes que todo lo que necesitabas en la vida es, por fin  tuyo. En ese momento olvidé el cadáver que tenía en la habitación de al lado y que había tenido que amenazarle un par de veces para que cumpliera al fin mis deseos. Pero él sabía que nunca le haría daño...así que, en verdad, que yo hubiera sacado a su mujer de en medio no había sido la causa de tan maravillosa velada. Él me quería, toda para sí. Yo lo sabía. "

jueves, 12 de septiembre de 2013

Abigail Thompson- Tragedy

"Odio este turno, parece que aún no están puestas las calles" pensó la enfermera mientras una ola de cansancio y algo de frustración la invadían. Sus pensamientos se colaron como gritos en mi cerebro indicándome que debían ser las 6. Las enfermeras de ese turno nunca tenían pensamientos agradables. En mi juventud, me había preguntado que se sentiría estando en coma o al morirse, ahora que estaba atada a una cama con cuerdas invisibles y más cerca de la muerte de la vida lo único que sentía era resquemor y cansancio. No podía apagar el único sentido que me quedaba y no dejaba de escuchar a los demás, todo eso que no querían que nadie más supiera, y sus pensamientos llegaban como alaridos a mi cabeza. Y no todo el mundo pensaba cosas interesantes y mucho menos agradables. Era repugnante escuchar como algunas enfermeras se asqueaban al tener que cambiarme o moverme ¡o incluso al alimentarme! No eran conscientes del honor que eso suponía. Aunque anciana e imposibilitada seguía sin ser yo una cualquiera. ¡Había sido una estrella! Los padres de estas desagradecidas habrían bebido los vientos por mí, escalado montañas sólo por una de mis fugaces sonrisas. Y sus madres me habrían odiado y admirado a partes iguales. Incluso en mi vejez, ¡ellas mismas habrían de temer por sus amantes de no ser por mi estado!


Hace no tanto, yo era el objetivo de todos los fotógrafos, a la que iluminaban todos los focos. La mujer más deseada y envidiada del mundo. Podía oír los pensamientos de todos esos que noche tras noche me dedicaban la mejor de sus sonrisas y por dentro me insultaban queriendo disimular, incluso para sí mismos, la envidia que sentían. Oía como mis incondicionales fans rabiaban de emoción a la mínima que les dirigía una mirada. En el estreno de una de mis obras ¡hasta hice que una mujer se desmayara con una simple sonrisa! Sabía, sin que lo supieran, los planes que tenían algunos para destronarme y los arruiné todos ¡TODOS! Yo me merecía mi puesto, me lo había ganado y esos inútiles no iban a arrebatármelo. No iban a quitarme la fama y la fortuna que yo sola había conseguido. La gente me amaba aunque ellos no pudiesen lidiar con su propia falsedad y yo me debía a mi público.


Ellos, el ganado, los envidiosos, la calaña de la que me vi obligada a rodearme, fueron los responsables de mi caída. Ellos son los que cada día recibían mi silencioso e invisible odio por haberme postrado en esta maldita cama. Cada noche, antes de dormir, y cada mañana al despertarme recuerdo con todo detalle aquella noche en la que todo mi mundo se vino abajo. Los recuerdos acuden a mi mente como si de una película clásica en blanco y negro se tratase. Esas siempre fueron las mejores, donde más brillaba, dónde los colores no distraían al público de la verdadera película. Fue la noche de mi último estreno, el día que anunciaría mi retiro y estaba ansiosa por ver como mis aduladores se deshacían en lágrimas por mi conmovedor discurso y despedida, oír en sus cabezas como les partía el corazón de la manera que sólo una auténtica diosa puede hacerlo. Pero no llegué a verlo nunca. No era una noche lluviosa, ni el chofer un pobre diablo, pero los frenos del coche fallaron por motivos desconocidos. En un túnel, la carretera estaba resbaladiza y vimos llegar nuestro fin en forma de pared oscura y sucia. Sólo que no fue mi fin. Debería haber muerto como la princesa que era, trágicamente, para hacer mi despedida más breve y, al mismo tiempo, más intensa. Pero en lugar de eso, el destino se llevó al holgazán de mi chofer y a mí me dejó tristemente postrada en una cama de hospital mientras el eco de mi nombre se iba perdiendo el tiempo como todos esos envidiosos querían.


Los primeros días yo no oía nada, no percibía nada, pero cuando mi don acudió a mí de nuevo, escuché en los pensamientos de mis cuidadores como mis fans sufrían por mi destino. Escuché en primera persona como algunos lloraban y otros parecían querer morir por mi desgracia. Pero con el tiempo, todo eso se fue apagando, hasta que las enfermeras olvidaron mi nombre. Me convertí en un despojo más, alguien sin rostro, ni nombre, ni gloria. Me transformé en cualquiera y para mí nunca hubo nada peor que ser vulgar. Tenía que haber muerto en aquel túnel, así, a pesar del tiempo, todos recordarían todavía y para siempre a la gran Abigail Thompson.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Dunya Tymoshenko- Du hast

Esa aguja cargada por el diablo parecía más grande a cada ocasión que se acercaba a mi. Las primeras veces lo había sufrido entre llantos y súplicas, pero no tardé en aprender que al Doctor le calentaban ese tipo de comportamientos. Y si pasabas del llanto a la violencia, se divertía encadenándote con artilugios de lo más variopintos que conseguían que no te movieras a no ser que quisieras abrirte las venas.

La neblina inundaba la habitación, al menos para mí, que acababa de abrir los ojos después de quién sabía cuanto tiempo. Era el mismo sótano laboratorio de otras veces. Y el Doctor llevaba la misma bata blanca que ya todos temían y en la que todos podían identificar sus manchas propias. En ocasiones me daba por pensar que aún no había suficientes manchas mías en esa bata suya. Iba a tener mucha más violencia por mi parte si era eso lo único que él me iba a ofrecer a mí. Pelearía hasta el fin si era necesario... Las herramientas que usaba en las intervenciones colgaban siniestramente de las paredes. Todo parecía oxidado y sucio, como el propio Doctor, hasta el suero que me inoculaba era de un color gris sucio. Aunque en mis pesadillas siempre era verde brillante.

Acostumbraba a decirme que era su paciente más prometedora. Yo nunca entendí por qué. Mientras que otros asumían su destino con fiel resignación, yo me las deseaba para arrancarle algún trozo a nuestro torturador y que recibiera un poco de su propia medicina. Y cuanto más crecía mi odio, más parecía alimentarse su satisfacción. Cómo lo detestaba... Me asqueaba.

Se acercó a mí, con una sonrisa asquerosa dibujada en su repugnante cara, dejando ver unos perfectamente limpios y alineados dientes. Comenzó su ritual como todas las veces anteriores. Se inclinó ligeramente sobre mí, de manera que su cara y la mía quedasen a escasos centímetros. Buscó, sin mirar, el punto donde debía pincharme con la aguja y lo hizo con una sola mano mientras la otra se apoyaba sobre mi vientre y violentamente descendía. Me gustaría decir que me entraban arcadas cada vez que hacía eso, pero no era así. Mi cuerpo reaccionaba de una manera mucho más placentera y húmeda. Me odiaba a mí misma por eso. Pero todo terminaba siempre de la misma manera, con sus dedos sumergiéndose en mí al mismo tiempo que esa sustancia que llevaba en la jeringuilla mientras yo peleaba porque de mi boca no salieran ningún tipo de sonido. Las escasas veces que no lo había conseguido, el Doctor me había cruzado la cara de un bofetón, haciendo que los grilletes desgarraran parte de mi piel, y teniendo en cuenta lo que tocaba después de las sesiones con él, no me apetecía terminar herida.  Siempre probaba conmigo sus nuevos juguetitos...otro de los motivos de mi odio.

Todo terminó sin tortazos ni desgarros pero si con una cantidad de fluidos corporales de la que no me sentía nada orgullosa. Se separó de mi ciertamente decepcionado por mi conducta tranquila,  y cuando me hayé suelta y cruzando el umbral de su puerta, un corte de manga por mi parte apareció ante sus ojos acompañado de una sonrisa pletórica de orgullo. Yo había ganado esta vez.

Me condujeron a la siguiente sala, donde siempre me llevaba, mientras empezaba a notar los efectos del suero. Notaba como mis brazos y piernas se volvían más ligeros pero seguía siendo plenamente consciente de ellos. Me notaba más ágil, a cada sesión que pasaba más. Lo veía todo con claridad. Podía oír hasta los corazones de los celadores. No sabía que era el maldito suero, pero dados sus efectos, podía llegar a ser la perdición de los responsables de las instalaciones. Yo me iba a encargar de que así fuera.


La sala de reposo, como rezaba el cartel de la puerta, era una habitación vacía. Sólo había en ella un hombre. Un tipo del tamaño de la pared de una de las celdas comunitarias que de algún modo y a base de muscularse había logrado ser más ancho que alto sin tener una gota de grasa en su cuerpo. Lo llamaban el Quebrantahuesos, y se había ganado el nombre a pulso. Me encerraron en la estancia con él como tantas otras veces antes. Yo le sonreía con cierta burla cada vez que lo veía porque ambos sabíamos que él me tendría que dar una paliza, yo me curaría, pasaría un tiempo y todo se repetiría de nuevo. Era hasta aburrido. Pero esta vez iba a ser diferente.

El Quebranta huesos se abalanzó sobre mí, como siempre, yo ya lo esperaba. Pero fue mi propio cuerpo el que me sorprendió, porque me aparté de su trayectoria inconscientemente. Lo había intentado otras veces, siempre en vano. Pero ahora...algo era distinto. Volvió hacia mí y se topo con mi puño cruzando su horrible y musculosa cara. En ocasiones normales, eso le habría hecho cosquillas, ese día lo hizo desviarse. Sin pararme a pensar en celebrar mi suerte. Empecé a dejar caer golpes sobre el verdugo del sitio tan rápido como podía y parecía incapaz de pararme. No tardé en hacerlo sangrar a base de patadas y puñetazos y pronto acabo tumbado el suelo, jadeante y agotado, apenas capaz de moverse. Yo me sentía plena. La misma situación que cuando el Doctor se sumergía en mi pero sin la culpabilidad. Eso era lo que se sentía cuando eras más fuerte que los que te subyugaban.

No tardé en darme cuenta de lo que me tocaba hacer. Salí del cuarto con facilidad pues la puerta estaba abierta. No esperaban que una niña como yo saliera por su propio pie y de la sorpresa e incertidumbre, sólo un par de celadores intentaron detenerme...pero no con demasiado éxito. Logré, de algún modo, abrir la puerta. LA puerta. La que llevaba al verdadero exterior. Y la cruce oyendo en la lejanía como ya venían a por mí. Eché a correr tan rápido como pude, sin detenerme a pesar del dolor, que brillaba por su ausencia, o el cansancio, que era escaso. Ahora sí, adoraba ese suero oxidado.

Dunya...Bienvenida a Ucrania.

lunes, 26 de agosto de 2013

You and I: La vida se abre paso

Los meses pasaron. Faith no tardó en encontrar un nuevo sitio en el que vivir, pero pronto Sam y Tyler se unieron a ella y comenzaron a vivir en una especie de comuna en la que ella era la madre de todos, además de del hijo que llevaba en su vientre y que cada vez estaba más cerca de ver el mundo. De algún modo extraño, la vida había vuelto a su cauce, se habían adaptado a los cambios, los habían asumido y ya les gustaban. Así que el tiempo simplemente pasaba, como debía, hasta que algo lo detuvo de manera irremediable.

Era un día como otro cualquiera. Sam y Tyler ya no esperaban a Faith en la pista, ella ya iba directamente con ellos. Pasaban todo el día juntos y ella disfrutaba viéndolos jugar, animándolos como una auténtica animadora de esas que nunca había sido. A pesar de su estado, ya avanzado, levantaba las piernas y los vitoreaba con muchísimo entusiasmo y sin ninguna vergüenza, sólo porque ellos sonreían al verla. Sobre todo Sam, que a cada día que pasaba la miraba con si la descubriera de nuevo y se enamorara un poco más. Pero a pesar de lo que ellos creían, aquel día no fue como cualquier otro.

Mientras Tyler y Sam jugaban, escuchando los continuos ánimos de Faith, un grupo de chicos entró en la pista. Parecían un grupo cerrado, apretados como si quisieran formar una piña o se protegieran los unos a los otros. Parecían los típicos pandilleros de película mala y eso hizo reír a Sam antes de que se dirigieran directamente a él. Faith no escuchó lo que le decían a los chicos. Sabía que en situaciones como esa, en la que Sam la miraba directamente a los ojos y asentía y Tyler se quedaba del todo mudo, era mejor que ella no se acercase. Pero lo que vio después de que las personas que observaba desde una distancia prudente cruzasen un par de palabras no hizo sólo que se acercara si no que gritara de dolor como no lo había hecho nunca. Ni siquiera el día de los chicos de sonrisa siniestra. En un segundo, que había pasado como en una ensoñación extraña, Tyler yacía en el suelo, sangrando, y Sam, se encaraba con todo el grupo que habían invadido la pista. Tyler no emitía ningún sonido pero se agarraba el costado mientras la sangre brotaba a borbotones. Sam intentaba razonar, al mismo tiempo que no bajaba la guardia, pero los chicos parecían no querer hablar más. ¿Había un nuevo jefe en la ciudad? Nunca había habido ninguno pero al parecer ahora iba a haberlo.

Faith corrió hacía Tyler cuando el grupo lo dejó por perdido. Por previsión a estas cosas, la chica siempre iba algo preparada, con vendas y alcohol. Era una imagen muy extraña verla corriendo con el vientre tan hinchado, pero ella no lo pensó. Estaban atacando a su familia. Cuando llegó a Tyler, empezó a presionarle la herida con fuerza para parar la hemorragia, pero entonces pasó. Se oyó un fuerte sonido. Una especie de explosión que hizo que Faith mirara a Sam con miedo mientras se tapaba los oídos. Lo vio mirarla directamente y en sus ojos parecía esconderse todo el universo. Faith podía ver lo desconcertado que estaba, su miedo, su dolor…y su amor por ella. El motivo por el que la había buscado con la mirada mientras caía al suelo abatido, aun antes de que la sangre comenzara a salir o su cuerpo a convulsionar. Era consciente del final, pero lo temía y la sola imagen de ella lo tranquilizaba. Todo eso pudo ver ella en su mirada justo antes de que el grito más desgarrador que se había oído en Boston hiciera que todas las palomas de los alrededores que ya se habían posado después del disparo salieran de nuevo volando asustadas.

El alarido de Faith hizo que también el grupo de chicos se dispersara como habían hecho las palomas y cuando Tyler fue capaz de apretar su propia herida, la chica corrió hacia Sam, que aun respiraba pero ya no podía hablar. La miró, con los ojos más abiertos que nunca, pero con el mismo amor de siempre. Ella lo besó, entre lágrimas, mientras se apagaba, y lo abrazó, notando como el niño que se llevaba dentro se revolvía, como si supiera que acababa de pasar algo terrible. El amor de su vida tuvo su último aliento entre sus brazos, y sus lágrimas, y su llanto…El resto fue historia.


Faith consiguió llevar a Tyler y el cuerpo de Sam hasta el hospital más cercano. Ese mismo día, dio a luz a Elliot, el hijo de Sam y vio en sus ojos una pequeña porción del alma de su padre. Cuando al fin lo tuvo en brazos juró protegerlo con su vida si hacía falta. No era sólo su hijo…era lo único que le quedaba de Sam.

lunes, 19 de agosto de 2013

You and I: Familia

No todas las historias de amor necesitan ser contadas. Nadie necesita saber los detalles de cómo dos personas se enamoran, a veces simplemente pasa. Tyler jamás contaría todo por lo que habían pasado Sam y Faith antes de terminar siendo inseparables. Eran su familia, ambos se habían ganado el puesto a pulso. Sam era su hermano, y Faith se había convertido en su mejor amiga en poco tiempo. La chica tenía algo que hacía que Tyler pensara que merecía la pena y que se podía confiar en ella. El chico no solía equivocarse con esas cosas. Se habían convertido en un grupo inseparable, una familia de esas que todo el mundo desea tener a pesar de lo poco convencional. No tardaron en darse cuenta de que lo único que tenían en el mundo eran los unos a los otros.

A pesar de los altos y los bajos, no había grandes tragedias en sus vidas aunque si algunos sustos. Tyler y Sam solían meterse en muchos líos, y a pesar de estar acostumbrados a salir de ellos por sí mismos, Faith se convirtió en el ángel de la guarda de los chicos. Los salvaba de todo y en muchas ocasiones les hacía tragarse su orgullo de pandilleros. Pero ella no parecía necesitar ayuda nunca. Ellos sabían que tenía problemas pero ella jamás pedía ayuda porque sus temas no eran físicos y sólo podía solucionarlos ella. A pesar de todo, se presentaba día tras día con esa sonrisa que según ella, ellos habían conseguido resucitar. Sin embargo, todo cambió el 30 de julio.

Sam y Tyler estaban en la calle como era habitual, jugando al baloncesto en una de las pistas públicas que había por su barrio. Tyler acaba de marcarle un tanto a Sam cuando Faith llegó. Tyler no sabía si Sam vería en ella lo mismo que él, pero ese día parecía un fantasma. El viento revolvía su pelo largo y ocultaba su rostro que de algún modo parecía más rojo que de costumbre. Algo había borrado todo rastro de esa sonrisa que ella solía atribuirles a ellos, y cuando llegó a su altura, lo que recibieron de ella fue una sonrisa cansada que intentaba sostenerse y una mirada hinchada por las lágrimas. En circunstancias así, los amigos no hablaban. Sam se limitó a abrazarla, a protegerla hasta que ella estalló, de nuevo, en llanto entre sus brazos. Tyler los observaba, tan serio e imperturbable como siempre, aunque algo en su interior se preguntaba que podía haber hecho llorar tanto a alguien como Faith que había demostrado ser tan dura una y mil veces. No tardó en enterarse.

Al final, Faith se había sincerado con sus padres. Les había contado lo que había pasado la noche que los tres se conocieron. Les contó como ellos ni siquiera se habían fijado en los moratones de su única hija. Como no la habían visto ni oído llorar y gritar de angustia. Cómo luego no habían notado que volvía a sonreír y esta vez lo hacía de verdad. Tampoco habían notado lo que había cambiado y que por fin era feliz del todo. No sabían que la universidad ya no le importaba nada y que lo había dejado. No habían notado nada. Ni siquiera que llevaba tres meses embarazada. Ellos la habían echado de casa y ella se había ido dando un portazo después de más de un año de silencio.

Nada de lo que Faith les contó pareció sorprender a Sam, pero Tyler no sabía que estaba embarazada, aunque ahora empezaba a notársele. Más tarde, Sam le confesaría a su amigo que no había sido ningún accidente, que había sido idea de la chica y que para él, ella era y sería para siempre la única. A pesar de todo, ahora ella también estaba sola en el mundo, salvo porque no estaba sola, nunca lo estaría, los tenía a ellos. Porque eso es lo que significa ser familia.

lunes, 12 de agosto de 2013

You and I: Ojo por ojo

Sam y Tyler se sentían de lo más patéticos. Se habían visto sorprendidos por unos niñatos que ya los superaban en número la noche anterior y que ahora habían acudido con más refuerzos. Malditos pijos idiotas. Habían hecho falta 6 de esos cabrones para dejar inconsciente a Tyler y un par de ellos no había corrido mucha mejor suerte que su víctima. Sus compañeros tuvieron que llevárselos a rastras. Los otros 4 del grupo se habían abalanzado sobre Sam, rompiéndole una pierna y llevándose de regalo unos cuantos cardenales para el recuerdo junto con más de una nariz rota. Cuando se largaron, magullados y asustados como las ratas que por segunda vez demostraban que eran, Sam intentó colocar su pierna, pero resultó un intento fallido que lo único que consiguió fue arrancarle un grito de dolor del que no se sentía especialmente orgulloso.

En el momento en el que Sam se arrastraba intentando no pensar demasiado en su orgullo, para llegar hasta Tyler, apareció ella. Si la noche anterior le había parecido guapa a pesar de las magulladuras, ahora no se lo parecía menos. Faith se quedó mirando el panorama, boquiabierta, con su perro en brazos mientras el labio inferior le temblaba con más confusión que miedo. Sam la miró y le dedicó una sonrisa algo rota por el dolor que sentía en la pierna.

- Saca una foto, te durará más- dijo Sam manteniendo la sonrisa, mientras intentaba parecer menos patético arrastrándose hacía su amigo.

- ¿Siempre eres tan agradable con todo aquel que puede ayudarte?- susurró Faith al oído de Sam mientras lo cogía por las axilas y tiraba de él con una fuerza que sorprendió al chico.

Sam podía ver al cachorro medio dormido en una esquina, donde estaba a la vista de su dueña y donde nadie que llegara repararía en un primer momento. Faith tiró del él con fuerza pero con dulzura, con una perseverancia que sólo una mujer puede tener, cuidando de no hacerle daño. Lo apoyó contra una pared y una sonrisa tímida apareció en el rostro de la chica en el momento en el que miró a Sam antes de dirigirse a por Tyler. Sam observó con la boca abierta como la chica arrastraba al enorme chico hasta su lado. Era la primera vez que alguien que no fuera de su “pandilla” del momento lo ayudaba. Ahora ya no sólo le parecía guapa, ahora tenía una semejanza enorme con un ángel.

- No os mováis de aquí- dijo Faith con tono autoritario mientras se alejaba. Lo cierto es que aunque se movieran tampoco llegarían muy lejos.


Faith no se paró a pensar en lo que hacía, simplemente, despertó del letargo que le produjo verlos heridos y actuó. Aunque ella tampoco habría esperado actuar así en una situación semejante. Corrió hasta la tienda más cercana, que aunque estaba cayendo la noche, aun estaba abierta. Compro todo lo que se le ocurrió y permitió el dinero que llevaba encima. Agua, alcohol, algodones, vendas…todo lo que pudo. Sacó el móvil para llamar a una ambulancia o a la policía, pero algo le dijo que se contuviera. De esa forma, evitó justo lo que Sam empezó a temer cuando la chica desapareció de su vista. Volvió corriendo a dónde los había dejado y se encontró todo tal cual lo había dejado. Le dio las cosas a Sam y recogió a su perrito que ya estaba profundamente dormido. Lo quería cerca de ella.

- ¿Por qué nos ayudas?- preguntó Sam en un tono entrecortado y algo confuso.

- Siempre he creído que la frase “ojo por ojo” necesita un nuevo significado- dijo Faith, como si lo explicase todo, mientras le sacaba la bolsa de las manos y se disponía a usar todo lo que había comprado- He estado a punto de llamar a una ambulancia, pero no sabía…creo que él necesitaría ir a un hospital- dijo finalmente evitando la mirada de su “paciente” mientras, sin preguntar, apartaba la ropa de su pantalón para observar la herida.

- En cuanto pueda levantarme lo llevaré al hospital- dijo Sam para no dar más pie al tema aunque no pensara hacerlo.

- Iré contigo- contestó ella mientras destapaba el alcohol y empapaba un poco de algodón en él. Vio como Sam abría la boca para protestar pero ella se adelantó.- No era una petición ni una sugerencia- dijo con todo autoritario- Puede que escueza- dijo totalmente seria justo antes de limpiar la herida de la pierna del chico. El contacto con el alcohol hizo que Sam quisiese gritar de nuevo pero se contuvo.

Tras algunos momentos de sufrimiento más, el chico consiguió ponerse de pie con la ayuda de Faith y entre los dos consiguieron llevar a Tyler y al perro hasta el hospital más cercano. No hablaron mucho en el trayecto, pero a cada gesto de ella, él estaba más convencido de que hacía honor a su nombre y de que era una chica muy….rara. Mientras, ella se sorprendía a sí misma por toda la seriedad y coraje que parecía estar demostrando. Empezó a convencerse de nuevo de que todo pasa por algún motivo, pero no esperaba que su cambio fuera tan rápido.


Sin embargo, eran las miradas cómplices entre los dos, lo que les hacía pensar que aquello…era algo diferente.

domingo, 4 de agosto de 2013

You and I: Un día más

Fatih volvió a casa con su perro en brazos sin ser plenamente consciente de lo que hacía. La noche, ya de por sí oscura, se volvió también difusa para ella. Caminó por las calles de Boston sin saber exactamente por donde iba, simplemente conteniendo las ganas de llorar y al mismo tiempo de reír. No se molestaba ni en pensar en su propia respiración. Cuando llegó a su casa, no hizo ruido, pero no porque ella pretendiera no despertar a nadie, sino por caprichos del destino. Dejó la medicina de su madre en la mesilla de noche de su cuarto. La mujer al fin había conseguido dormirse, al parecer antes de notar la exagerada tardanza de su hija. El padre, a su lado, roncaba, inalterable. Atendió al perro de una manera automática, como sabía que debía hacerlo pero sin pensar y lo dejó dormir donde más le gustaba sin molestarlo. Se retiró a su habitación y como cada día, se puso el pijama, se metió en la cama y cayó como un peso muerto sobre la almohada. No quedaban fantasmas en la noche para ella, ni monstruos de terribles sonrisas…ni pensamientos o sentimientos. Nada. Sólo silencio.

Cuando por la mañana Faith se despertó, en un primer momento, la sensación de vacío, de no pensar en nada y de no sentir nada, se le hizo muy familiar. Era como si su cerebro lo interpretase como algo natural, como algo bueno. ¿Por qué debía sentir algo, realmente? Lo que no te mata, te hace diferente y ella ya no era una niña como para derrumbarse por los actos de un grupo de idiotas. Se levantó a desayunar aun en pijama pero la alegría que generalmente la acompañaba por las mañanas la había abandonado junto con el resto de sentimientos. Su madre le dio las gracias por haber ido a por lo que le había pedido pero sin llegar a mirarla, ya que, al parecer, se encontraba lo bastante bien como para volver a sus quehaceres habituales. En ese momento, a Faith le pareció que la vida de su madre era muy triste en algunos aspectos. Parecía resignada a ejercer de madre para siempre, a ocuparse antes de que la casa estuviera limpia que de lo que pasaba a su alrededor.

Al volver a su cuarto, tras el desayuno, Faith se vistió sin demasiado esmero. Era sábado, tenía cosas que hacer, pero podía hacerlas en pijama, se vestía por pura costumbre. Seguía sin sentir nada, pero al levantar la mirada y ver su reflejo en el espejo todo cambió. Su mirada se clavó en los ojos que le devolvía el espejo durante un segundo. No había brillo en los ojos que la estaban mirando. Y entonces, empezó a sentir de nuevo: Miedo. Recorrió la cara de la persona que la observaba desde el espejo y vió un enorme cardenal en una de sus mejillas, mientras que la otra estaba todavía de un rojo brillante que llamaba la atención. Como si se hubiera maquillado de una manera exagerada. Su mirada bajó por su cuello y casi pudo ver las huellas dactilares del chico que la noche anterior había tenido encima. Volvió a oír su risa en su cabeza y el aire comenzó a faltarle, pero resistió de nuevo la tentación de desmoronarse y dejarse llevar por las lágrimas que empezaban a empapar su amoratado rostro. Se quitó la ropa el doble de rápido de lo que se la había puesto, casi arrancándola, y lo que descubrió bajo las prendas fue su cuerpo pero lo contempló como si fuera el de otra persona. Era su piel, sus curvas, sus pechos, todos y cada uno de sus lunares, todo en su sitio. No habían cambiado un ápice, salvo por algunos moratones más y lo que parecía ser un corte en el muslo derecho. Pero nada de aquello le parecía suyo. Era como estar viendo a una víctima de un ataque o un accidente pero que nada tuviera que ver con ella. Pero sí que era ella. Paseo sus manos por la superficie de su cuerpo, para asegurarse de algún modo de que lo que estaba viendo era realmente su reflejo y la imagen le devolvió una copia exacta de su movimiento. Eso fue el fin.

Era como si su cuerpo hubiese desarrollado un sistema de defensa ante lo que había pasado la noche anterior, pero que el hecho de haber visto su cuerpo lo había roto y la había devuelto a la realidad. Ya no creía con tanta fuerza eso de que lo que no te mata te hace más fuerte o diferente. Sólo dolía. Dolía como si le estuvieran quemando cada molécula del cuerpo. Se sentía sucia y poco digna de la casa en la que se encontraba. Se sentía vulnerable y decepcionada por no haber podido defenderse. Se sentía traicionada porque sus padres ni siquiera habían notado su ausencia o visto su cara todavía…Se sentía perdida y sola, más que nunca.

Se dejó caer al suelo y se arrastró inconscientemente hasta el lugar donde siempre lloraba. Estaba convencida de que todo el mundo tenía un lugar en el que llorar, un lugar concreto que era especial, que no formaba parte del mundo, dónde nadie te oía. Abrazó sus rodillas, todavía desnuda y lloró hasta que le dolieron los ojos y la garganta sin que nadie la interrumpiera. Lloró como no lo había hecho nunca, y como probablemente nunca volvería a hacerlo. Paró en el momento en el que ya no recordaba porque lloraba, sólo estaba agotada y tremendamente triste. Había pasado una hora y media. Se armó de valor para enfrentarse de nuevo a su reflejo y se vistió, esta vez con más esmero, y se maquillo hasta que de sus heridas solo se apreciaba una pequeña hinchazón. No tenía buen aspecto a sus ojos, era una persona sucia, pero tendría que valer.

Salió de su habitación sin molestarse en mostrar una de sus mejores sonrisas. No habría engañado a nadie, pero tampoco parecía importarle demasiado a nadie, sólo que ella no lo había visto hasta ese día. Le dijo a su madre que iba a salir, pero que volvería para la hora de comer. De nuevo sin mirarla, su madre asintió y dejó que su hija se fuera sin darse cuenta de nada. Si los chicos habían sido monstruos de perversas sonrisas, su madre era una persona triste de ojos totalmente negros.



Cuando salió por fin a la calle, el mundo no parecía el mismo que le había parecido hasta el momento. Inconscientemente buscaba las caras de los chicos de la noche anterior al mismo tiempo que rezaba para no encontrárselos de nuevo. ¿Qué haría si se los encontraba? ¿Reconocer lo que había pasado y decírselo al primer policía que encontrase? Eso le daba más vergüenza que nada en este mundo. Sería reconocer en voz alta que era débil y no se podía defender. Dar la razón, de algún modo perverso, a toda esa gente que llevaba tanto tiempo intentando convencerla de que las mujeres eran débiles y necesitaban a un hombre para sentirse seguras. A pesar de todo, se resistía a esa idea. Aunque recordaba a los chicos que la habían salvado, sin entender demasiado bien porque lo habían hecho.

Caminó durante media hora sin que sus temores tomaran forma. Parecía que los monstruos sólo salían al amparo de la noche, o que en su cambio de la percepción del mundo ya no podía reconocer a sus atacantes ni ellos a ella. Decidió volver a casa, a comer, decidida a no molestarse en fingir una actitud alegre y a contestar a todas las preguntas que sus padres le hicieran. Pero ni al llegar, ni al comer llegaron esas preguntas. La conversación era como siempre, sólo que ahora Faith había caído en la cuenta de que nunca la miraban a los ojos.

La tarde del sábado transcurrió con tranquilidad, hizo lo que tenía que hacer y se aseguró de que su perro mejorase. No había llevado un golpe tan fuerte pero cojeaba ligeramente de una de las patas de atrás. Si tenía que volver atrás, a la noche anterior, lo que más rabia despertaba en ella era que hubieran tocado al indefenso animal. No sabía por qué, pero pensar en su perrito hacía desaparecer su tristeza y aparecer una rabia que la empujaba a romper lo más cercano, un deseo que por suerte había podido contener.

Al atardecer, volvió a salir, de nuevo sin preguntas, a pasear al perro. Le vendría bien tomar el aire un poco más y se acercaría al veterinario a ver si en ese momento tenía un hueco para atender a su herida mascota. El pequeño se cansó en seguida de caminar, pero Faith lo cogió con cariño en brazos y continuaron juntos hasta el veterinario. Hubo suerte y pudieron atenderlo. Con una pata vendada en la promesa de muchos mimos, partieron ambos de vuelta a casa.


El animal iba dormido de vuelta a casa y Faith caminaba con lo que parecía ser una confianza renovada porque no estaba dispuesta a ser pillada como una víctima de nuevo. Pero entonces, oyó un grito de dolor. ¿Desde cuándo era un sitio tan peligroso? Quizás desde siempre, pero no lo había visto hasta que le tocó a ella, o hasta que se paró a escuchar el mundo. Tras un leve titubeo, se acercó al origen del grito y pudo ver a dos chicos uno tirado en el suelo, inconsciente y otro sangrando por una pierna. Era el que había gritado que ahora se limitaba a gemir. Podía oír gente alejándose corriendo y riéndose de una manera que le resultaba familiar. Los que estaban tendidos en el suelo eran Sam y Tyler, los chicos que la habían salvado.

martes, 18 de junio de 2013

You and I: Héroes

Las noches en ciertas esquinas de Boston eran tranquilas si sabías cómo moverte, por dónde hacerlo y con quién evitar encontrarte. Sam y Tyler sabían todo eso, sabían sobrevivir porque habían aprendido a hacerse un sitio en cualquier lugar, y a adaptarse como el mejor. Pero había momentos en los que se rompía la ley de su adaptación y silencio. Había cosas que personas que habían sufrido tanto como ellos no podían soportar ni por su propia supervivencia. Oír gritar a alguien de terror en una noche especialmente oscura era una de esas cosas. Sobre todo si la persona que gritaba era una chica.

Una mirada bastó para que los dos amigos comprendieran lo que el otro estaba pensando. Tyler no hablaba mucho y Sam no callaba cuando sabía que no debía hacerlo, pero en ese caso, el silencio rasgado sólo por eso que les había llamado la atención bastó para que los dos reaccionaran.

Silenciosamente, siguieron en la oscuridad el rastro de sonido que los quejidos y las risas que se perdían en la noche. Eran las migas de pan que tenían que seguir para encontrar “la casa del hijo de puta” en este extraño cuento. Por el camino, se encargaron de provisionarse de todo aquello que pudiera resultarles útil y acabaron armados con una tubería rota y un bate de béisbol astillado que probablemente fuera la cosa más cara que Tyler había tenido nunca en las manos a pesar de su estado apolillado y lleno de manchas extrañamente húmedas. No tardaron en encontrar el callejón en el que todo estaba pasando. Como si el destino les indicase el camino, no encontraron a nadie en su camino hasta allí y fue lo mejor, porque su ira iba creciendo a medida que se acercaban al foco de los sonidos que habían llamado su atención.

La estampa que se encontraron no era muy diferente a la que ambos ya habían imaginado. Un grupo de imbéciles sobre una pobre niña que solo parecía poder llorar y gemir de miedo mientras ellos reían a mandíbula batiente. Un puñetazo por parte de Sam al que tenía más cerca nadie lo vio venir, pero todavía esperaban menos que un bate surgiese de la oscuridad para romperle la nariz y acertar en el estómago de otro de niñatos que estaban allí. Eran lo bastante cobardes como para no envalentonarse con dos chicos como ellos, pero lo bastante estúpidos para pensar que nadie acudiría en la ayuda de la chica. En cuestión de segundos, no quedó nadie salvo el bravucón mayor y la chica, demasiado ocupados en su amargo idilio como para darse ninguno cuenta de que el resto habían salido corriendo como si les hubieran prendido fuego a sus esmirriados culos.

Sam y Tyler se miraron de nuevo. Los ojos de ambos chicos estaban cargados de ira y repugnancia. No conocían a la chica y sabían que no eran un ejemplo de moralidad para nadie, pero hasta en los segmentos más bajos de toda sociedad hay unos valores que deben ser respetados. Para Sam, esos valores, por nimios que sean, son los que definen la persona que eres y serás, son a lo que debes aferrarte. Considerarlos tu biblia. Y los valores de los dos amigos decían que nadie que se aprovechara de alguien más débil que además estaba en minoría merecía ningún respeto o misericordia por su parte.

De nuevo, no hizo falta más. A pesar de las ganas que tenía Sam de liarse a golpes con el desgraciado de los pantalones por las rodillas, fue Tyler el que certeramente le dio un golpe seco en la cabeza con la fortuna para el tipo de que estaba lo suficientemente colocado y borracho como para caer inconsciente sin demasiada ayuda externa. El pequeño granito de Sam fue apartar el cuerpo inútil con un pie y ambos se alejaron para dejar espacio a Faith que tardó unos momentos en reaccionar. Sam miró a Tyler de nuevo y luego a la chica. Su amigo mantenía su mirada penetrante, la habitual en su silencio y ella parecía seguir teniendo un motivo para temblar porque no había parado ni un momento de hacerlo. Sam se acercó sin sonreír. Ahora que la parte de la acción había pasado tocaba consolar a la víctima y para eso tenía que sacar su encanto, pero no era oportuno ni apropiado sonreír en un momento así y menos después de oír las carcajadas de las ratas que habían intentado aprovecharse de la pobre chica.

- ¿Estás bien?- preguntó Sam una vez se hubo acercado a la chica. Ella se abrazó más a sí misma pero no contestó. Fue entonces cuando Sam sonrió pero de una manera fugaz.- Me llamo Sam, y mi amigo el silencioso bateador es Tyler- los presentó sabiendo que Tyler inclinaría la cabeza al escuchar su nombre pero no dejaría de mirarla en silencio.

- Faith- dijo ella a modo presentación aflojando ligeramente el nudo que se había hecho a sí misma con los brazos. Se colocó la ropa como si pretendiera recuperar con ello una dignidad que en realidad no había perdido. Entonces Sam sonrió de verdad, le hacía gracia.

Un sonido débil procedente de una esquina hizo que las presentaciones se interrumpieran. Hasta Tyler se giró por lo lastimero de ruido. Faith se abalanzó sobre la esquina y cogió en brazos a un cachorro que gimoteaba. Lo acunó en brazos como si se tratara de un bebé, para tranquilizarlo, bajo la atenta mirada de Sam y Tyler que se quedaron inmóviles mientras la chica intentaba averiguar como de mal estaba el perro.

- Yo…eh…debo irme-dijo Faith sin más y se encaminó hacia la salida del callejón. Al llegar a la luz de la calle se paró unos momentos. Sam y Tyler simplemente la miraban sin comprender- Gracias…-dijo casi en un susurro antes de desaparecer por la calle de la izquierda.

- Que chica más rara ¿no crees?- le dijo Sam a Tyler cuando los pasos de Faith ya se habían perdido en la noche- Llegamos, le salvamos la vida y ¡se larga con el perro en brazos sin más!- dijo caminando con su amigo para salir del callejón.

- Esperabas que se deshiciera en agradecimientos, te colgase una medalla y te proclamase el príncipe de su reino, ¿no?- preguntó Tyler, que para no hablar a penas, cuando lo hacía a veces se cargaba de sarcasmo.


Caminaron sin volver a tocar el tema. Pero ambos se habían dado cuenta de lo que significaba el nombre de la chica…fe.

sábado, 11 de mayo de 2013

You and I: La noche más oscura


La noche no era fría, pero tampoco hacía calor. Era la temperatura que Faith solía calificar como “grado incómodo” porque te dejaba entre helada y sudando. Había un par de nubes en el cielo, pero las estrellas eran inexistentes en esa parte del mundo. Suponía que seguían en el cielo, brillando imperturbables a pesar de todo, pero desde el pequeño barrio de Boston en el que ella vivía, por las noches sólo se veía un cielo negro y la luna cuando las nubes no decían robarles a los transeúntes hasta eso.

En su camino a la farmacia no se topó con nadie. No había personas y tampoco coches. Estaba todo tan silencioso que hasta podía llevar a su mini perro suelto sin ninguna preocupación, pero tenía la extraña sensación de que alguien la estaba mirando. Ese sentimiento que da a veces sin motivo o porque de hecho hay alguien que te está observando pero a quien tú no ves. Llegó al establecimiento sin problemas, se conocía el camino de memoria. Compró lo que necesitaba y cuando salió de nuevo de la farmacia el perro la esperaba con tranquilidad y la temperatura incómoda se mantenía.

Echó a andar, esta vez con el perro sujeto con la correa y tenía la esperanza de que la sensación de que alguien la observaba se pasara, pero en lugar de eso se incrementó. Minutos después oyó unos pasos tras ella. Los primeros pasos que se oían en toda la noche. “Al menos no es un coche” pensó mientras un miedo irracional comenzaba a apoderarse de ella poco a poco. Estiró su espalda en un vano intento de parecer más alta y quizás más dura de lo que era y siguió caminando, intentando parecer imperturbable. Pero a los primeros pasos que había oído se unieron más y pronto, un par de chicos aparecieron ante ella, sonriendo de una manera que Faith nunca había visto en la cara de ninguna otra persona. Era una sonrisa que no reflejaba ni la más mínima felicidad. Era una sonrisa extraña, casi podrida. Le daba ganas de echarse a llorar sin motivo aparente.

Intentó evitar a todos los chicos que tenían esa sonrisa y se dirigían a ella. Se desvió del camino a su casa con la esperanza de librarse de ellos, pero parecían ser más cada vez. No se fijaba demasiado en sus caras, sólo en sus perversas sonrisas. Sin embargo, ellos parecían estar llevándola exactamente donde querían: Un callejón. Un callejón en medio de una noche sin luna. Faith intentaba no mirar atrás bajo ningún concepto, negarse de ese modo a sí misma que algo terrible se estaba cerniendo sobre ella, pero el muro de hormigón que cerraba el callejón la hizo retroceder enfrentarse a lo que la acechaba en la oscuridad. Se encontró de frente con las caras de cinco chicos, algunos de su edad, otros algo más mayores, todos con esa sonrisa asquerosa que la hacía temblar incontrolablemente. El perro ladraba incontrolado con el rabo entre las piernas hasta que uno de los más altos le dio una patada lanzándolo a una esquina.

-¡Eh!- Le gritó al chico que a sus ojos parecía más un monstruo que una persona.

Por un momento, la ira había superado el miedo, pero cuando el chico se giró hacia ella, las tornas volvieron a cambiar. Le dirigió una mirada que no supo interpretar, pero era todavía peor que esas sonrisas que él y sus compañeros lucían tan orgullosamente. ¿A la luz del día serían igual de aterradores? Faith no lo sabía y tampoco quería descubrirlo, pero lo que si quería era volver a ver la luz del día. Se acercaron a ella, hablando entre ellos, aunque Faith no los escuchaba. Su cerebro era una neblina extraña que solo percibía los movimientos espasmódicos de su cuerpo. Retrocedió hasta encontrarse con el muro que tantos dolores de cabeza le había dado en tan poco tiempo y se escurrió por él hasta quedar sentada en el frio pavimento, abrazada a sus rodillas, mirándolos mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

Se abalanzaban a ella como enormes sombras. Espectros salidos de una película de terror que llevaban sus fibrosas manos a sus braguetas mientras Faith no podía parar de temblar. Su perro ya no ladraba, no se movía. Faith rezaba, por ella y por el animal, para que todo acabara…El mismo que había pateado al pobre cachorro, la cogió por la barbilla, casi con ternura, y la obligó a mirarle.

- Shh…-susurró el extraño haciendo que su putrefacto aliento alcohólico golpease a la chica en la cara como una bofetada. Se llevó la mano a los pantalones y…

- ¡No! ¡Por favor, te lo suplico! ¡NO!- Gritó Faith entre gimoteos, pero lo único que consiguió fue una bofetada real que dolió más que su aliento.

Él usó la fuerza para que el ovillo que era ella se deshiciera. La agarró de las caderas y la tendió en el suelo, golpeándole la espalda y la cabeza contra el suelo. Faith temblaba de arriba abajo, incontrolablemente, y luchaba por mantener las piernas juntas a pesar de los esfuerzos del extraño, que a la mínima resistencia le regalaba otro golpe al rostro ya rojo de la chica. Ella se llevó las manos a la cara, llorando a lágrima viva. Por la vergüenza. Por el dolor. Por lo que dirían sus padres…Por su pobre y frágil cachorro… Sentía el peso del extraño sobre ella y la fuerza que hacía para arrancarle o apartarle la ropa. Sentía asco mientas oía la risa de sus amiguitos. Prefirió no mirar lo que iba a pasar a continuación. Si no lo veía tal vez lo sintiese menos…

Pero entonces, dejó de sentir el peso del desconocido sobre ella, y su aliento sobre ella y la presión que ya había empezado a hacer entre sus piernas. Todo se detuvo. Y Faith no entendía por qué. Sacó las manos de la cara, confusa, mirando a su alrededor. Vio al que había sido su peor pesadilla en los últimos momentos, tendido en el suelo, boca abajo, muy quieto. Oyó los pasos de sus amigotes corriendo. ¿Qué ocurría?

Levantó la vista y vio dos figuras negras, perfectamente recortadas a la luz que entraba en el callejón. Una de las siluetas llevaba un bate de béisbol en la mano.


lunes, 22 de abril de 2013

You and I: Mamá está enferma


La vida pasaba de una manera tranquila para Faith Cassidy. No había grandes aventuras. No había grandes héroes o dragones en perspectiva. Sólo que la vida siguiera como hasta el momento, aburrida, segura y tan fácil como para cualquiera.
La facultad era, como todas las partes en las que ella estaba, un sitio familiar. No salía de su rutina, como nada por aquel entonces. Aquel día, había tenido clase de Teoría del aprendizaje. A última hora. Era una asignatura aburrida como toda aquella que lleva la palabra "teoría" en su nombre, pero Faith podía ver su utilidad. Al fin y al cabo, la práctica de nada servía si no sabías que de que otras maneras podías aplicarla. Pero eso no hacía que la asignatura fuera más interesante o que la profesora supiera explicarse mejor. A veces, cuando se abstraía en clase, se preguntaba porque los profesores que formaban a los futuros maestros no eran maestros de verdad. Tenían sus carreras, pero la mayoría de ellos no actuaban como decían los manuales que obligaban a sus alumnos a estudiar. Era una ironía que nunca llegaría a comprender del todo.
Salió de la facultad a las 5 de la tarde, acompañada por sus amigas. Volvió a casa caminando, ya que la mayoría de ellas vivían cerca de donde ella lo hacía. Cada día era el mismo camino, acompañada de las mismas personas y nada nuevo le esperaba nunca al cruzar el umbral de la puerta de su casa. Salvo aquel día.
Cuando cruzó la puerta de su casa y el perro enano que tenía por mascota la vino a saludar, oyó a alguien tosiendo al final del pasillo. Ese sonido no era algo muy habitual en aquella casa, ya que su madre se esmeraba en atiborrarlos a todos a vitaminas para evitar incómodos catarros o gripes.
- ¿Hola? ¿Mamá?- dijo Faith en voz alta mirando con preocupación hacia la habitación que había al final del pasillo.
- Hola, cariño- contestó la voz de su madre, desde la cocina con voz nasal aunque, como siempre, afectuosa- No te acerques mucho a mí, que he cogido una gripe de campeonato- dijo Jane Cassidy, mientras oía los pasos de su hija que se acercaban por el pasillo. Faith se asomó por la puerta de la cocina para dedicar a su madre una sonrisa. Aún llevaba la carpeta que llevaba a la facultad en los brazos, abrazada contra su pecho.
Le sorprendía lo antigua que era su madre para algunas cosas. El tiempo había pasado, las mujeres ya no necesitaban pasar la vida en casa, manteniéndola limpia o cocinando puntualmente para su familia tres veces al día. Pero ella, a pesar de su juventud, de sus escasos cuarenta años, mantenía esas costumbres con ella mientras era su padre el que trabajaba para mantener a la familia. Faith sabía que ambos esperaban que ella actuase igual en un futuro, pero había días en los que no se veía capaz.
- Parece que lo de las vitaminas no es infalible- dijo acercándose a su madre y dejando el bolso y la carpeta sobre la mesa de la cocina. Besó a su madre en la mejilla y la abrazó. A pesar de las advertencias de Jane sobre su enfermedad, su hija consiguió sacarle una pequeña risa entre mimos.
- La cena estará a las 7- dijo su madre cuando Faith se alejó de la cocina, llevando sus cosas a su cuarto.
Faith se encerró en su cuarto las dos horas siguientes y no volvió a hablar con su madre, pero sí la oía toser de vez en cuando mientras ella navegaba por internet y comenzaba a hacer los trabajos que le habían mandado en clase y que llevaba ligeramente atrasados. A las 7 menos cuarto, llegó su padre. Salió a saludarle y, de paso, a poner la mesa para la cena. Todo ocurrió como otros días, de manera tranquila, sonriente y afectuosa. Si algo se podía decir de la familia Cassidy es que era de lo más cariñosa. Siempre.
Al terminar la comida, Chase Cassidy se retiró al salón a descansar después de todo un día trabajando. Faith se quedó con su madre, ayudándola a recoger e intentando convencerla de que se fuese a la cama. Cuando terminaron, Jane hizo caso a su hija y fue a acostarse. Faith se fue de nuevo a su cuarto, a terminar lo que había empezado un rato antes.
Faith estaba a punto de irse a la cama cuando supo, ligeramente, lo que iba a suponer para ella que su madre estuviera enferma. Su padre se había quedado dormido en el sofá y ella tenía que bajar a la farmacia 24 horas que había a 5 manzanas a por un medicamento para que su madre pudiera dormir tranquila. No protestó, sabía que no debía hacerlo. Se limitó a sonreír, como siempre hacía. Dió un beso a su madre en la frente mientras Jane ardía de fiebre, le puso la correa a su mini perro y salió a la calle sin despertar a su padre.

lunes, 1 de abril de 2013

You and I: Sam


Mucha gente diría que la vida es un asco para alguien como yo, otros se consolarían a sí mismos al verme a mí y a mis colegas pensando: The shit happens. Y la verdad es que ninguna de esas personas tiene ni puta idea de cómo es la realidad.

La ciudad en la que yo nací no sé cual es y tampoco me importa. No llegué a conocer a mi padre. Mi madre me crió sola sin apenas un céntimo en el bolsillo pero sin dejar de viajar de un lugar a otro en busca de un sitio más barato en el que vivir o una oportunidad mejor para mejorarse. Pero aunque esto suene a típica historia de mierda sobre autosuperación, lo cierto es que mi madre y yo siempre hemos tenido que huir de los sitios en los que vivíamos porque todos los capullos en los que ella se ha fijado y que se han fijado en ella, eran una pandilla de cabrones agresivos que no la merecían ni en sus mejores días. No es sólo que mi vieja tenga mala puntería o que ella tenga algo malo, es que cuando uno vive en las condiciones en las que me crecido yo, las posibilidades de encontrar algo decente en cualquier aspecto se reducen a 0.

Después de muchos viajes, llevamos 6 años en Boston. Los amigos que he hecho aquí ya los considero mis amigos de toda la vida porque son con los que más tiempo he estado. No me cuesta llevarme bien con la gente. Cuando eres pobre y un chaval, lo último que quieres es joder a alguien como tú que además, seguramente, pueda darte una paliza. Tengo un buen don de gentes, soy un tipo simpático, pero la mayoría de ellos no saben una mierda sobre mí a parte de detalles que podrían ser de cualquiera, como que me gustan las barritas Mars. La única excepción a esto es Tyler, un criajo unos años más pequeño que yo pero que casi me supera en altura. En él confío, más que en mí mismo, porque sé que soy lo único que tiene en el mundo.

Recuerdo haber ido al colegio en algún momento de mi vida y también haberme ido de allí teniendo muy claro que ese mundo no era para mí. Terminé un par de cursos en distintas ciudades por pura obligación, pero tengo 22 años y no tengo intención de graduarme. Las calles están llenas de trabajos para gente como yo sin estudios y que no quieren que los mangoneen tipos gordos con corbata. Yo nací en la calle y no me pudriré en un despacho.

Quién no haya vivido esta situación no entenderá mi manera de ver la vida. Bien, ese no es mi puto problema.

domingo, 31 de marzo de 2013

You and I: Faith

Siempre he pensado que soy una chica ejemplar. He hecho todo lo que se esperaba que hiciera, en el orden y del modo en el que debía hacerlo y nunca he decepcionado las expectativas que mis padres han puesto en mí.
Nací en Boston y crecí en el seno de una buena familia. No éramos muy ricos, pero no vivíamos mal. Siempre me sorprendió lo mucho que mis padres parecían quererse a pesar de los años que pasaban juntos, pero según fui creciendo empecé a preguntarme si esa actitud no era más que una pose, una cara bonita que enseñar al mundo. Ellos llevan juntos desde el instituto. No fue la típica historia de jefa de animadoras y quarterback, pero se enamoraron y al salir se casaron y me tuvieron a mí. No hubo grandes dramas en su amor, ni grandes pasiones, ni...realmente nada más que una gran tranquilidad, al menos que ellos me hayan contado.

Nunca llegué a conocer a mis abuelos. Ni por parte de padre ni de madre. Ambos me dijeron que habían muerto, pero a veces me sorprendo pensando que me mienten porque es poco probable que los padres de ambos murieran antes de que ellos salieran del instituto y justo entonces decidieran tenerme a mí. A pesar de todo, esos momentos en los que me planteo que mis padres me mienten son muy escasos. Ellos no tienen porque mentirme y, además, cosas más raras se han visto, ¿no?
No sé si debido a lo pronto que murieron mis abuelos, pero mis padres decidieron abrazar, casi estrangular, la doctrina católica cristiana. Mucha gente los consideraría radicales y otra mucha podría llegar a pensar que en algún momento liderarían movimientos religiosos. Cuando era pequeña yo creía en ellos y en Dios a pies juntillas y no se me ocurría negar nada de lo que mis padres dijeran porque ellos solo defendían las palabras de Dios, y era así como debían ser las cosas. Cuando crecí lo suficiente para formarme mi propia opinión, descubrí que estaba más de acuerdo con los que consideraban a mis progenitores radicales, que con los que no. Pero tras una única charla con ellos, también me di cuenta de que lo más sensato era no compartir mi opinión con ellos si quería mantenerlos como familia. Quizás suene algo terrible y extremista, pero la realidad no siempre está sembrada de mesura.
Tengo 19 años y... podría decirse que acabo de entrar en la Universidad, aunque ya llevo un año estudiando magisterio en ella. Sigo sintiéndome un poco la chica nueva a pesar de todo y es algo que no parece pasarle al resto de mis compañeros. Nunca he tenido problemas para hacer amigos y casi me atrevería a decir que yo, y mi grupo de amigos, destacamos en nuestra clase. Pero a pesar de todo...sigo sintiendo que me falta algo. Que debe haber algo más en el mundo a parte de estudiar, obedecer y sonreír a los demás. ¿Estoy loca?
Pensándolo fríamente, tengo todo lo que puedo necesitar en la vida: familia que me quiere, estabilidad, estudios, amigos… ¿Por qué buscar más?